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VERSIONES DE CUENTOS INFANTILES I

  • Foto del escritor: HIGINIO HIGINIO
    HIGINIO HIGINIO
  • 24 jun 2019
  • 75 Min. de lectura

CUENTO 4


WHITE SNOW AND THE SEVEN SMALL MEN (Blancanieves y los siete enanitos. ¡Qué cojones¡…)


WHITE SNOW AND THE SEVEN SMALL MEN


(Blancanieves y los siete enanitos. ¡Qué cojones¡…)


Basado en hechos reales y contado, magníficamente, por los Hermanos Grimm en su tiempo.


Cuento más largo que una meá en moto. Homenaje y exaltación de la envidia.


Bueno, bueno, bueno… A ver… Tras esta fábula empalagosa, llevada al cine rebozada con más miel que un pestiño, por Disney, se esconden cositas de mucha enjundia… Si, si… Porque este es un cuento intemporal y transferible, esencial e imprescindible para niños super envidiosos y malos, tipo rabo de lagartija, que hayan superado los cuatro o los cinco años sin necesidad de ayuda psicológica, hayan sobrevivido a las lobotomías de guarderías y parvularios, a los capones y chascazos de la primaria y, en definitiva, hayan sobrevivido también a padres biológicos sin lógica pero ecológicos que, todavía, no los han cambiado por perretes de pipi can. Todo se andará amigo Sancho…


-¡Qué perrito más mono!…


-¿De qué marca es?


- ¡Qué envidia me das, chato!…


Así mismo se trata de un cuento de género femenino, matriarcal y muy duro, donde se ensalzan los valores inspiradores de la envidia en sus diferentes versiones; sana, insana, mediopensionista y vengativa, así como sus pavorosas consecuencias si de ella se realizare mal uso o abuso. Y es que el altruismo, la indiferencia y la conformidad son virtudes muy sobrevaloradas que, por su mal uso o abuso, te pueden llevar, mayormente por gilipollas, a consecuencias igual de terribles y no obtener bien alguno. Por otra parte considero que es un cuento un poco delicado, por aquello de lo políticamente correcto, porque hablar clarito hoy es meterse en canales y puertos o en parques y jardines, porque no tengo papel de fumar suficiente para sostenerme la minga y porque, ahí se encuentra el caletre de la cuestión, se trata de un rifirrafe entre mujeres que, por el estigma de una envidia ancestral en el marco del mismo sexo, se profesan una tirria de mérito.

Sí, sí… Trifulca entre mujeres del género femenino. O cosa de chicas… O sea, mujeres de las de verdad… Madrasta, jovencita, bruja, frutera, ama de llaves y un espejo cabrón y chivato de por medio… A ver… Es obvio, su señoría… No me encierre por favor… Se lo juro… Me ofrezco de costalero el Sábado Santo….


Agradecido por su atención y en la espera de que se encuentren cómodos, sin más, comienzo.


Habíase una vez una dehesa de las gordas. Si, si… De este golpe no se trata de un bosque mágico aunque también nos refiramos a una masa forestal muy sugestiva, repleta de mojías de encinas, sobre inmensos prados a la que, en botánica, técnicamente se la conoce como El Campo. En latín antiguo Quercus agri. Que, a lo mejor, no es tan mágica, vale, pero ojito que también tiene su miga, sus torreznos y su pestorejo. Fijaros si era grande esta dehesa que, entre las gentes del montón de pueblos, aldeas y chozos que abarcaba, se la conocía como La Ponderosa en honor al extensísimo rancho que Cayetana, XIII Duquesa de Alba y amiguita de Goya al que gustaba de enseñar los kiwis mientras él la correspondía con su…, vendió a la familia Cartwright de Nevada tal y como consta, y se hace saber en público conocimiento, en los archivos catastrales de Virginia City (EEUU). Fijaros si sería grande la Ponderosa que con lo que se sacó de su venta se fundaron la Chevrolet, la Kentucky Fried Chicken y la Burri Kin.


Pues bueno, esta dehesa, que hasta el que no sea poseedor de grandes valías intelectuales sabrá situar geográficamente, constituía, y constituye, el mágico mundo de Quercus. Un mundo libre de humos, stress, aglomeraciones y guiris de risa bobalicona con chancletas al por mayor, donde manda la madre Naturaleza en todo su esplendor y biodiversidad que es lo conveniente predicar en estos momentos de empachos y embarazos culturales. En la dehesa infinita se crean, espontáneamente, multitud de atmósferas distintas que podrían llegar a agobiar a aquél que por su falta de inteligencia destaque. No hay término medio… En verano hace una calor que se te achicharran las asaduras y las extremidades y en invierno un frío que es menester cortar esas mismas extremidades para evitar gangrenas y otros líos. ¿Te has enterado?... Si eres tonto o tonta de babero, o de capirote, pues eso… Lo de Vivaldi, ¡coño!... Las estaciones…. ¿Más pistas?... Mira que luego tiene que venir la Guardia Civil a rescatar aventureros y aventureras…

Pues anda que la noche… ¡Chacho!... Si, si… La noche en estos parajes se nos antoja abusona e intimidante porque hacía, y hace, sentirse a uno más chiquinino que Garbancito, Pulgarcito o Pérez el ratoncito de los dientecitos. ¡ Joer!... ¡Qué fatiguitas!... Mira, allí, como el que no quiere la cosa, te estiras sobre la charabasca de las jaras, los cascabullos y los tejos, de noche, en silencio y sin necesidad de tecnologías de hologramas, 3 D y gilipolleces virtuales, y puedes contemplar, con una claridad acojonante, millones de estrellas, incluidas las Micheíin, que parecen que vayan a caer en cualquier momento sobre la Tierra… Si te quedas mucho rato acarajotao y traspuesto necesitarás un desfibrilador o, en su defecto, un buen cuezo de gazpacho para remediar los jamacucos ocasionados por la visión tan bestial de astros, estrellas y cometas, en constante movimiento, que parece que todo el firmamento se vaya acercando a nuestros ojos antes de su desplome total. Y que no se te ocurra mirar lo que hay detrás de ti esperando entre las sombras… No, no son luciérnagas… No, no todo el mundo puede aguantarlo. Puedes acabar, fácilmente, en el contenedor verde…

-¿En orgánicos?...


-¿Como la abuela de Palmiro?... ¡Joer!.

-Sí, sí… Es que eso hay que verlo, chaval.

A simple vista, sin embargo, la dehesa puede parecer, tanto de día como de noche, un espacio abandonado, solitario y lleno de silencios, como un posado para pintores domingueros, donde reina la calma. Pero no, no es del todo cierto y no es menester equivocarse… Y no es menester meter la pata porque, aunque no lo parezca, miles de ojos circunspectos nos observan con malicia por si nos da por hacer el Jaimito…

En Julio y Agosto, que es cuando más pican los pollos, si no nos han dado las siete cosas con la calor de la solana y sus espejismos temblantes, y si las chicharras no nos revientan los cojones durante la galbana, observaremos, prestando la atención debida, movimientos sutiles de ramas, troncos y sombras andróginas desmayadas, tocadas con medio capirote sospechoso, que, entre llantinas histéricas como de niños chicos de pañal lleno a rebosar, corretean de encina en encina procurando no ser vistos. Sentiremos también como, poco a poco, llegan a nosotros, desde lontananza, el canto del cuco, el zureo de las tórtolas y palomas torcaces, el gruñido ronco de los mastines, el cuchichí, cuchichí de la perdiz y la codorniz y el dolondón monótono de las esquilas y cencerros de ovejas, cabras y bueyes. Se nos erizará el bello a contrapelo, como cuando coges un gato por el rabo y…


Porque si… La dehesa es un ente vivo compuesto de encinas, chaparros y alcornoques que encierran el secreto de las inconmensurables criadillas de tierra, el hongo de los duendes, y acogen y alimentan a una multitud de fauna de todo tipo con sus bellotas y sus prados sostenibles. La verdad es que entre encinas, gordas y achaparradas, verdes del color del campo, jaras, retamas, hierbas malas y buenas, corchas, chaparros y plastas de vaca, huele a criadillas estofaditas que es el olor de la gloria bendita y amén Jesús… Cochinos negros, ovejas, c abras, toros de lidia y caballos constituyen las ganaderías domésticas y zorros, jabalíes, ciervos, todo tipo de aves, avispas de culo negro, que si te pican acabas en la UCI de un Hospital donde, al cabo de una semana de dejarte como un acerico, te acaban nombrando paciente del mes, y demás insectos conforman la fauna salvaje. Pero, ojo, no solo hay bichos y bicharracos…


Perdonadme que ahora tenga que tornar, sin remedio, a los capítulos de la atención necesaria que es menester prestar porque, al rato de permanecer inmersos entre las encinas, observaremos un fenómeno que no se repite en otros bosques… Las encinas se mueven… Es más, se han movido toda la vida… Sí, sí… Las encinas se mueven en una forma de ballet extraño, en un plié y un developpé constantes y, al tiempo, van siguiendo con sus ojos nuestros movimientos… Si, si… Te lo juro… Cambian de sitio y de posturas tanto de día como de noche; sobre todo de noche… Todo cambia y, nunca jamás, encontrarás el mismo sitio, donde una vez aparcaste el Renault Dauphine e hiciste una acampada con la familia, en una dehesa gorda. A lo mejor, tampoco encontrarás una fosa común de una guerra poco común… Ves a saber…

En Diciembre, cuando los pavos, a los toques de las panderetas y las zambombas, van alegres y contentos al horno, cuando la pelona parece rocío y la fría niebla va subiendo desde el suelo hacia las copas de las encimas, si a lo lejos, junto con el dolondón de las esquilas del ganado y el ronquido de mastines con carlancas, oímos ecos de campanas de Iglesia y algo parecido a cantos Gregorianos, al tiempo que las encinas se entregan a su macabra coreografía y nos miran amenazadoramente, podemos darnos por muertos y desaparecidos en los inframundos... A otros, simplemente, les matará la nostalgia… Así es la maldición de Quercus, el muy cabrón.


El Cortijo… En un campo tan extenso era raro que no hubiera un cortijo y, en este caso, no podría faltar uno bien guapo. Se trataba del cortijo “Los Alamares de Manolete” que, como toda las miles de hectáreas de encinares circundantes, era propiedad del Sr. Conde de Pino Verde, aristócrata de fuste y taurino de muchos méritos, amigo de Gitanillo de Triana, del General Mirándolas y conmilitón de Millán Astray.

El cortijo era una magnífica y típica edificación campera donde, aparte de morar la familia del señor Conde de Pino Verde, cuando venían a pasar una temporada en una viajera decimonónica, la misma viajera que, a falta de Ave-crem, hace el recorrido hoy en día desde Madrid, se guardaban todos los aperos agrícolas y se encontraban las armas de caza, los gallineros, las conejeras, las cuadras y las cocheras. También, dentro del recinto del cortijo, había una humilde casita para los guardeses, Julián y Federica, reconocidos asesinos en serie de la época que, a pesar de venir huyendo de Whitechapel (London), un juez del Supremo, que es una cosa como de cachondeo, había otorgado, aparte de una medalla al mérito civil, una segunda oportunidad para que por buenos chicos pasaran de asesinos en serie a paralelo. Julián y Federica, aunque ésta afirmara que veía duendes corretear con la chamusca por encima del frío mármol de la mesa de la matanza, guardaban una compostura ejemplar y tenían la fachada de la casita adornada con multitud de geranios rojos y pilas de agua bendita que eran la envidia de todo el cortijo. Julián también era el chófer de la familia y cuidaba del Haiga del Sr. Conde de Pino Verde con mucho esmero. Le sacaba brillo a los cromados con algodón mágico Aladdin, que lo sepáis. A Julián le gustaba ir sembrando envidias cuando manejaba el Haiga divino por carreteras y caminos. Julián, a pesar de saber, no sabía…


A pocos kilómetros de los Alamares de Manolete había un precioso castillo del siglo XII, no muy grande, donde también solía acomodarse la familia propietaria a su vuelta de su magnífico piso del barrio de Salamanca de Madrid. En ese castillo, cuyo nombre era Los Antojos, habitaba un fantasma francés, un bisarma bastante hijoputa, conocido por Jacques Belfegor, primo segundo del Belfegor del Louvre en Paris y demonio de la pereza y también de la envidia. Pues eso, que en una de las visitas de los propietarios a Los Antojos, estando Belfegor de por medio, es cuando se produjeron los luctuosos hechos que a continuación voy a relatar. Antes, sin embargo, voy a acabar de describir el resto de elementos incluidos dentro de la dehesa La Ponderosa.


En tan magnífica extensión cabía de todo… Entre otros muchos, había un pueblo cercano, que tenía tres o cuatro alcaldes en nómina, donde había hasta banco, también había aldeas pequeñas y una serie de casas y chozos, para el descanso de los pastores, aislados por las lomas, los cerros y las extensas mojías de encinas.


Entre estas casas destacaba, por las vicisitudes que en el sucedieron, un caserón de cuerpo entero que estaba, a la vera de una carretera llenita de baches, delante de un precioso mojón del MOPU. El inolvidable nombre de ese caserón que, actualmente es una casa de peones camineros y luce en una de sus fachadas un precioso anuncio de Nitrato de Chile, hecho con baldosas policromadas, era Villa Conflictos. El iluminado que iba pintando por las carreteras, con brocha y cal, lo de Ulloa Ópticos en las piedras gordas y en los vallados, las beatas que caminaban sobre zapatillas negras de suela amarilla que ni en calzados Alonso sabían de donde habían salido, y hasta las putas de aquellos parajes, se santiguaban, cada vez que pasaban delante de las rejas de la cancela de Villa Conflictos, porque allí pasaron y pasaban cosas…

Bien lejos de las miradas de los más excusaos, dispersas por la dehesa, había también varias carboneras donde los lugareños campestres fabricaban, con la leña de las encinas, el picón para las cocinas y los braseros. Las gentes que callaban señalaban que debajo de una de aquellas carboneras pudiera haber una fosa común donde había cuerpos de toda clase, ideología y condición… Lejos de los ojos excusaos… También, ay, ay, ay, ay, no te mires en el río, niña de mi corazón, había una mina... Sí, sí… Una misteriosa mina de plata, muy antigua, que era explotada intermitentemente desde los tiempos de los romanos, de cuya ubicación solamente estaban al tanto un grupo de enanos raritos a jornada completa. Este grupo de enanitos tenía la concesión Real de la mina, por los méritos contraídos durante la guerra de la Independencia, al lograr, a base de hostias, mandar a la mierda a los Pitufos. ¡Irse a Francia, gilipollas! Los Pitufos se fueron a Francia y se hicieron amiguitos de Tintín y Milú, de Axterix y Obelix y se alojaron en la maison de Louis de Funes. Oui, oui…


Como a todo el mundo alcanza, entre tanta construcción y entre tanta dimensión, faltaría más, se escondían gentes huídas, desaparecidos que fueron a por tabaco, delincuentes, brujas, alienígenas e iluminados de todo tipo. También habitaban gentes no tan peculiares, o sea, del montón que vivían bastante acojonadas.

A saber… Los habitantes de estos parajes eran de dos tipos de envidiosos crónicos. En primer lugar estaban los paisanos, que se encontraban por allí trajinando, con sus pantalones de pana color wisky DYC, sus chalecos color grillo cebollero, sus boinas color negro cojones de grillo cebollero y sus azadones al hombro, centrados en sus quehaceres, desplazándose en burro los más pobres, y en motos tipo Derbi Antorcha 47 cc con alforjas los menos. Las mujeres, que portaban sobre sus cabezas unas tinajas gigantescas, solían lucir un atuendo de difícil descripción porque, aparte del negro luto básico, solamente variaban el color de la franela de sus faldas y de sus pañoletas, cuando les salía del moño, o sea, cuando le daba la gana, o sea, siempre…

Si querían enviudar, porque su vecina ya lo estaba y se morían de la envidia, se afanaban en dar un susto de muerte a sus maridos, que ya andaban delicaos, a ver si… Para tal fin se vestían con el traje de novia de sus abuelas, que es cosa que hay que ver, y se presentaban, a oscuras, con una mínima luz de candil iluminando sus rostros cadavéricos, al pie de la cama de la alcoba matrimonial, mientras el marido dormía, y le gritaban de sopetón... ¡¡¡¡ Arreeee Felipe, me cago en tó…!!!! El hombre, por no cabrearse una vez más, cogía y se moría. Desdeluegamente… Desde la prehistoria…

Si, si, Monseñor… Se lo juro… ¿Le gustan las películas de romanos? Pues llámeme Montse… Es que me voy a hacer un rosario con tus dientes de marfil… ¡Ladrón!… En el ropero te espero…


Estos sufridos campurrianos y campurrianas a partes iguales, si había alguno de más perteneciente a uno de los géneros se le mataba por eso de la equidad, que solían vivir en pequeñas aldeas dispersas, se dedicaban a las labores del campo, a la limpieza y mantenimiento de Los Alamares de Manolete y de Los Antojos del señor Conde de Pino Verde, y guardaban escrupulosamente, porque a veces se daban de bruces con entes y cosas raras por los caminos, las leyes de ver, oir y callar aunque no faltara un chinchorrero o una chinchorrera oficiales a tiempo parcial y un tonto, de sonrisa perenne y falsa, con micrófono y cámara de televisión queriendo meter las narices en todo. Eran tan pobres, y estaban tan puteados que, aún estando hartos de ir a chatear con alienígenas ancestrales, a los que le gustaba el pestorejo con locura, nadie les creía y no eran tomados en serio.

-Los OVNIS aparcan aquí, en la era… Vienen todos los jueves porque hay pestorejo y caldereta, desde Andrómeda, mire usted…

Ni caso… Pues, por esas cosas, se convirtieron en unos seres muy envidiosos de sus propios vecinos, también pobres, aunque lo disimularan.

En segundo lugar y aunque parezca cosa de cena de Nochebuena, se encontraban los moradores invisibles, los más cabrones, pero presentes, que constituían un grupo ecléctico formado por gnomos, enanitos, pantarujas, brujas perujas, brujas pirulas, ninfas y ninfos, ogritos y ogritas, mochuelos y mochuelas y un lobo que afirmaba ser pariente lejano de un turronero de Xixona pero al que nadie hacía ni puto caso. No había, ni hay, gracias a Dios, zombis, vampiros, hombres lobo, super héroes, ninjas, vikingos, dioses nórdicos y magos Leroy Merlin, porque, al contrario de otros bosques mágicos, la dehesa es una cosa seria para gente seria. Allí los efectos especiales y los secundarios eran las hostias de la guardia civil a caballo si te pillaban robando melones. Todos aquellos seres se caracterizaban por una cosa, se envidiaban, se odiaban y se volvían a envidiar… Solían regalarse, a ciegas, como en Nochebuena, regalitos anónimos, malos, inútiles y feos, a fin y efecto de cabrear al que los recibía, hacerle mala sangre y encima exigirle que aplaudiera al amigo invisible. Eran seres vengativos, asín que….


Así mismo, la familia propietaria de la dehesa estaba compuesta por el Sr. Conde de Pino Verde, un farraguas de libro y un jarramanta que se dedicaba a vivir del cuento y de las buenas herencias que le habían dejado sus antepasados. Hasta su rimbombante título nobiliario era heredado de aquella manera... Tenía como deporte favorito la caza de pluma y la de pelo y se desplazaba a la dehesa para cazar cuando le dejaban las obligaciones que tenía en Madrid que, básicamente, eran estar todo el día de farra en el Casino, rodeado de amigotes, conspirando contra todo y organizar fiestas clandestinas con putas y tahúres de gama alta mientras la señora Condesa tomaba las aguas, y otras cosas, en La Toja. Eso, sí… Los domingos, por la mañana temprano, se dirigía a la Almudena con Olivia de Havilland, para asistir a misa de doce y procurar ser visto, por la créme de la créme, luciendo unas enormes gafas de sol de concha de Carey auténticas, regalo de Manolete. Se hacía acompañar de su madre, la anciana Condesa de Pino Verde y Miraflores para practicar la empatía con los vecinos y allegados. Cultura la justita… Era un grullo de dehesa y un golfo absolutamente natural, con masa madre y no se enteraba de nada de lo que se guisaba en Los Alamares de Manolete ni en Los Antojos. Dinero había…


El cretino deficiente del Sr. Conde estaba casado, en terceras nupcias, con una auténtica moracantana llamada Olivia. Si, si… Ella misma se adjudicó, equivocadamente, ese nombre porque decía que se parecía a la gran Olivia de Havilland en el pelirrojo de las cejas que, al ser contrastado con el de la almeja, certificaba el color auténtico del pelo y no… Olivia, que realmente se llamaba Josefa Sánchez, no era pelirroja ni la gran Olivia de Havilland tampoco, no era condesa, ni nada que se le pareciera y había salido del coro de cuplés de Sarita Montiel al enamorarse perdidamente del tronío, el salero y el garbo del Señor Conde. Es justo reconocer que, vamos a decirlo así, era bastante guapita a pesar de vestir siempre de negro de la cabeza a los pies y estar siempre de mala leche. Cuando cantaba “La Violetera”, se te cogía un congojo de entierro en día de lluvia, y, con el “Fumando espero”… Es que lo bordaba. Las malas lenguas contaban que era rarita, que echaba las cartas, que echaba también coñac al café y que se dedicaba a cosas ocultistas, para anormales y así…

Lo curioso del caso es que las dos anteriores esposas del Señor Conde, Esperancita y Cristinita que era amiga del Cónsul del Uruguay, murieran de forma extraña en la dehesa del Señor Conde y que nunca se investigara su muerte y desaparición. Para eso, el Señor Conde, contaba con el Sr. Letrado Miguel Domecq y Scurry (Perry Mason), que era un borrachín corrupto y corruptor que arreglaba, a base de chapuzas, extorsiones y prevaricaciones con guarnición, todos los desaguisados legales del Señor Conde. Perry Mason, era amigo de un diputado en Cortes y tenía un bufetito en la Gran Vía de Madrid, que estaba hecho una tendereta, cuyas paredes más valía que no hablaran. Pues, de esa forma, resulta que la Señora Esperancita y la Señora Cristinita, habían muerto de manera natural y sin ayuda. Y es que por aquel entonces el Señor Conde tenía mucho peso en Madrid sobre todo a la hora de repartir, dinero, jamones y prebendas… Parecía chocante, como mínimo, que el Doctor Hermoso, Don Felipe, otro que tal, certificara como natural la muerte de ambas criaturas y chin pun....


-¿De qué murió la señá Esperancita?

-Pues de forma natural, naturalmente…

-¿Y Cristinita?


-Pues eso…


-Gracias, Señor Notario.


-No hay de qué, señora… Son cinco mil pesetas…


-¿Le mando un jamón?...


-No, no, gracias… Prefiero en efectivo. Es que me se dobla la viga…


Siempre se comentó que el Señor Conde de Pino Verde había temido tres hijos de sus matrimonios con Esperancita y Cristinita; dos varones y una hembra, sin embargo, hubo un funcionario de asuntos sociales, con cara de póliza de veinticinco pesetas, que juraba o prometía por imperativo legal, haber visto el Libro de Familia del Señor Conde y que en él constaban dos hijos más. Asin que… Por otra lado las parteras de la Ponderosa, aparte de confirmar lo dicho por el de la sopa boba, aseveraban que los dos chicos murieron misteriosamente y que estaban enterrados, pero no es cierto, en las cercanías de los Alamares de Manolete. Dicen también que su muerte se produjo al poco de aparecer Olivia de Havilland en la vida del Señor Conde, aunque fuera como querida y en Madrid, y que las lápidas de sus tumbas están escondidas, boca abajo y tapadas con terciopelo negro con ribetes de oro, en las cocheras del cortijo. En dichas lápidas rezan los siguientes nombres; Agua Amarilla y Rayo Rojo que murieron a la edad de tal y tal y en tal y tal…

Los nombres de los otros hijos vivos, temporalmente, eran Nube Negra, Río Gris y Blancanieves que era la niña de los ojos del Señor Conde por lo guapísima, listísima y delicada que era. Estos nombres tan folclóricos y típicos, seguramente, eran reminiscencias y recuerdos de las tribus indias de Nevada como los Shoshón, leer chochón, que habitaban cerca y dentro de la Ponderosa. ¡Que vienen los chochonis¡… Pues eso…


Por aquel entonces, Josefa Sánchez, Olivia de Havilland, la mantenida del Señor Conde, tenía un mayordomo y coach a su servicio exclusivo que era la personificación de la envidia. Un señor de más de cincuenta años empolvado con Maderas de Oriente de Myrurgia, muy fino y aseado, que se hacía llamar Ana de Dinamarca y tenía celos, y una envidia de concurso, de Julián, el chófer de los condes, al que no podía ver. Este mayordomo acompañaba a la Señora Olivia de Havilland en sus visitas como invitada a Los Antojos, donde tenía una alcoba reservada para cuando se presentaba de sopetón. Ana de Dinamarca y Olivia de Havilland hacían senderismo y tirolina por los caminos más intrincados de la dehesa donde practicaban un yoga cazurro rarísimo a la vez que invocaban a Quercus. Ana de Dinamarca también la acompañaba en sus sesiones de baño con espumita, peinado y maquillaje y guardaba, en una vitrina de cristales opacos de la alcoba del castillo, un extraño espejo Victoriano enmarcado en negro zahíno, careto y veleto.

Ana de Dinamarca, que estaba al día de lo del coñac y de los conocimientos y prácticas esotéricas, brujería dura y pura, de la Señora Olivia, la había convencido de que aquel espejo Victoriano era mágico y que hablaba. El cabroncete del mayordomo, preparaba unos canutos de hongos, y cornezuelos del centeno, descomunales, y sabía que cuando Olivia invocara al espejo, para que hablara, quien se presentaría y aparecería, oculto tras él, sería el terrible y sanguinario fantasma Jacques Belfegor que ponía voz al espejo mágico de pacotilla y, de paso, se cachondeaba de la bruja Olivia sin tener en cuenta la mala leche que se gastaba la Señora Condesa. Oui, oui…

Las muertes inexplicables…

Los señoritos Agua Amarilla y Rayo rojo, murieron de lo mismo, que no se sabe, el mismo día, que tampoco, y a la misma hora, que me da lo mismo, en Villa Conflictos. ¿A que fueron allí? Sí, sí… Por lo visto comenzaba a caer el sol sobre la dehesa y, llegada la noche, un testigo, al que nadie hizo, ni hace caso, aseguraba, y asegura, que vio una sombra salir corriendo de Villa Conflictos. ¿Qué hacían allí los dos hermanitos? Pues bien, la tal sombra, descrita por este testigo, se correspondía con la de Ana de Dinamarca.

Este testigo, cuyo nombre era Celestino, y que, a partir de entonces, se haría llamar Amparito Roca, al ver las bicis de los señoritos tiradas en el jardincito y abierta la puerta de Villa Conflictos, entró a excusear y se topó con los cadáveres de Agua Amarilla y Rayo Rojo, delante de un brasero con alambrera, sentados en sillas de bayón, con la boca abierta en un rictus de incredulidad y terror. A su lado, una pantaruja enorme, de sorprendente parecido a Olivia de Havilland, se desvanecía como si fuera de arena negra y humo. Amparito Roca, de repente, tuvo un schock postraumático o eso dicen, se volvió majareta y se bebió diez arrobas de vino jaloco del tirón… Claro… Por eso, hoy en día, va por el pueblo, montado en un cochino negro, de más de doscientos kilos al que azuza con una badila, tatareando un pasodoble precioso, asustando a las viejas y diciendo jodiuras. Nadie le cree…


Las señoras Esperancita primero y Cristinita, años después, sin embargo, corrieron peor suerte y tuvieron una muerte horrenda y muy sangrienta sobre el mármol de Macael de la mesa de la matanza de Los Alamares de Manolete. También ocurrió a la puesta del sol y también hubo testigos que no sirvieron de nada.

En el asesinato de Esperancita no se escatimaron medios; se utilizaron muchos cuchillos, hachas y hasta la picadora de carne para hacer chorizos. Aquello fue un horror, se contaron ciento veintisiete heridas entre puñaladas y hachazos en el cuerpo de la desgraciada pero, el juez de instrucción, no observó nada raro. A todas luces, no se detectaron indicios de saña. Mira… Saña no sé pero había sangre por todos lados como para hacer siete kilos de morcillas mondongas. Sin llegar a ver el cuerpo de la finada, el médico que acudió a la llamada del Señor Conde, el doctor Hermoso, Don Felipe, certificó que la muerte de la Señora Esperancita fue natural debida a un síncope furibundo que se conoce como el mal de Weisweler Wenger. Fue enterrada al momento, eso dicen, al pié de una encina, cerca del cortijo, y santas Pascuas.


De la testigo se sabe que afirmaba haber visto una sombra que se asemejaba a la de Julián, el chófer, junto a otras sombras, mucho más pequeñas, que salían del cortijo ocultándose entre las encinas. La testigo de la matanza de la Señora Esperancita, huyó a Alemania, cambió de nombre por el de Eva Anna Paula Braun y ahora regenta un puesto de Frankfurts en Frankfurt. Años después, Cristinita, al regreso de un crucero que la llevó al Uruguay, corrió la misma suerte y en el mismo sitio. El doctor Hermoso, Don Felipe, volvió a confirmar, sin dignarse a ver el cadáver, otra muerte natural por el mal de Weisweler Wenger y la señora Cristina fue al hoyo, al lado de la señora Esperancita, o eso andan diciendo. En este caso la testigo apareció ahogada en el fondo del pozo del cortijo. Vestía de azul con su camisita y su canesú. Dicen que se suicidó por mentirosa y por oír voces y sufrir visiones. O sea, lo de una cogorza… De majaretas…


A todo esto, el Señor Conde, que mantenía, desde hacía mucho tiempo, relaciones secretas en Madrid con Olivia de Havilland, no daba crédito y no paraba de montar fiestas, para celebrar sus millonarias viudeces, sin tener en cuenta que por la dehesa se comentaba que detrás de las muertes de Esperancita y Cristinita andaban los extraños secuaces, del escuadrón de la muerte, de Olivia de Havilland. Todos eran conocedores de su inclinación a la maldad, porque la habían visto, en medio de una era, haciendo cositas raras, entre las que destacaban sus invocaciones al dios Quercu,s para maldecir al Señor Conde ya que se moría de celos y envidiaba la riqueza, belleza, el porte y la clase de las dos anteriores esposas de su futuro esposo. A pesar de los rumores, el Señor Conde de Pino Verde, al verse viudo, solo y con tres hijos, no se resignaba a ser un single y decidió casarse con Olivia de Havilland y así lo hicieron. Se casaron y ese fue un mal día para las perdices…

Mientras los Condes andaban de postureo mediático, rezumando almíbar, en su artificial e insolente luna de miel, los chicos del pueblo se divertían entonando cantares y sonetos, al itálico modo, por escuelas y calles y los entes raritos y nocturnos hacían lo mismo por el Campo…

-El Conde de Pino Verde, señor de muchos castillos, cabrón de horca y cuchillo, un verdadero hijoputa. Cortejaba a una doncella, una gachí cojonuda de carnes duras y prietas y de exuberantes… Etc, etc…

La cosa empezó a venir de nalgas cuando el espejo Victoriano decidió actuar por cuenta propia, como las aplicaciones y las actualizaciones de los móviles. Era lo único que faltaba para que la chifladura se tornase en enajenación completa.

Veréis, una tarde de verano en los Antojos, mientras el Señor Conde andaba al conejo, se encontraban, hartos de brandy, la ya Condesa Olivia de Havilland y Ana de Dinamarca que, cansados y aburridos de jugar al tute cabrón y al escuchar una extraña voz que provenía de la vitrina de la alcoba, decidieron destapar el espejo Victoriano para hacerle preguntas tipo test. Al principio fueron jodiuras; que si como se hacen los repápalos, que si le pones pimentón a las criadillas, que si te gustan las patateras… Luego, la cosa fue subiendo de tono hasta que, con la tontería y los ji ji y los ja ja, llegó la gran pregunta…

Olivia de Havilland, posesa de envidia, preguntó al espejo.

-Espejito, espejito mágico, escúchame bien, so joío tonto, porque no lo voy a repetir… ¿Hay alguien más guapa que yo en la Ponderosa? A lo que Belfegor, disfrazado de voz en off, tras el espejito Victoriano, contestó…

- Hay muchas, señora Condesa, porque por esta zona se crían mozas muy guapas. Así que no le queda otra que joderse… Entonces, la Señora Condesa, montó en cólera, amenazó con una badila de hierro forjado y comenzó a chillar al espejito.

- ¡Cómo te atreves!... ¡No puede ser, mierda de espejo de los cojones, pedazo de truño miserable¡…. ¡ Aquí no hay más belleza que la de mi menda! Belfegor, que era francés y bastante chulo, contestó inmediatamente…


- Menos gritos Milagritos, y ya sabe, Señora Condesa, lo que procede y lo que hay que hacer. Oui, oui, mon Dieu… Entonces se abrieron las puertas del infierno para todos los públicos, en jornada de puertas abiertas, valga la redundancia, con regalos y descuentos en las nuevas matriculaciones.


Ipso facto, La Condesa Olivia de Havilland se enfundó en un terno negro azabache, se puso una capa con capucha de color negro jumero, montó en una Vileda nuevecita y se dirigió hacia las entrañas de la dehesa. Una vez llegada a una era discreta, alzó los brazos, miró a los cielos que también, por pura competencia y envidia, se encontraban en jornada de puertas abiertas con descuentos en las matriculaciones, e invocó a Quercus y a sus malignos. De inmediato, sonó un trueno, se alzó una polvareda, aparecieron miles de murciélagos fumadores y, sin darse cuenta, se vio rodeada de seres inquietantes que se disponían a escucharla con atención y complicidad.


La Señora Condesa ordenó y exigió, con voz potente, firme y segura, que los allí presentes acabaran con todo vestigio de belleza que hubiera por los entornos, estatuas incluidas. Mujeres de todas las edades que fueran bellas, incluidas niñas, y niños monos, tenían que desaparecer de inmediato. Al rato, el cielo se abrió, sonó otro tremendo trueno, se levantó otra polvareda, se fueron los murciélagos chamuscados y todos los entes desaparecieron como por ensalmo.

En menos de quince días lectivos se montó la operación Santos Inocentes y se organizó tal escabechina por la Ponderosa que allí no quedó una guapa ni para hacer anuncios de Victoria Secret y, de paso, tampoco quedó títere con cabeza, ni pollos con cabeza, ni Marias Antonietas con cabeza, ni…… ¿Os imagináis un mundo lleno de feas y feos donde la única guapa fuera una bruja camuflada de Condesa? Pues eso… Allí hubo más sangre que en la matanza del día de San Valentín en Chicago.

Pero, como siempre, fueron muertes naturales debidas a una pandemia gorda del mal de Weisweler Wenger, tipo B forte, que se les había ido de las manos, y había acabado con los guapos y las guapas en un santiamén. Los cuerpos de los eliminados desaparecieron misteriosamente y se anda diciendo que existe una fosa común por donde las carboneras. En ese lugar, por las noches, aparecen, en un punto determinado, figuraciones como de fuegos fatuos que se elevan desde el suelo y, al tiempo, uno puede contemplar, jiñándose sin vergüenza ni recato, la procesión de ánimas que recorre el campo, abrasando conciencias, en una especie de Santa Compaña fúnebre, al paso del tañido de una campana.

Las cabras y las ovejas se niegan a pasar por ese lugar donde, sin embargo, la hierba crece sin parar. Los pastores decían aterrorizados que tu puta madre iba a pasar por donde escabechinaron al nazi Müller Von Stulz, al camarada de la falange Luisito Peralta, al jefe del frente popular Agripino Libertario, al comisario rojo de Stalin amigo de Negrín, al cura escondío, al maestro republicano Don Pascual que fue quien inventó el cachondeo de los Erasmus, a los niños cantores de Guadalupe, a la agrupación de coros y danzas de Olivenza y a todo bicho viviente… El Conde de Pino Verde, que a cobarde no le ganaba nadie, evitaba pasar por aquel lugar…


A todo esto la Señora Condesa, después de dar la nefasta orden, se marchó a Madrid con Ana de Dinamarca, para reunirse con el Señor Conde que, debido a sus ocupaciones madrileñas, era desconocedor necesario de lo que pasaba en su casa, dejando el desaguisado en manos de los entes inertes. Allí recibió la noticia de que se habían acabado los guapos y quedó bastante satisfecha de sí misma, de la que estaba enamorada. Después de recibir la noticia del buen fin de la masacre se fue a un spa, y centro de belleza, donde se hizo la manicura, la pedicura y las ingles… Se lo refanfinflaba todo.

Blancanieves… Blancanieves es que no miraba cuando cruzaba… Sí, sí… No se daba cuenta de los peligros que la rodeaban e iba por la vida atolondrada, contenta y despreocupada, como sin bragas. La mayor parte del año la pasaba junto a sus hermanos, en Suiza, internada en Le Rosey, un colegio de relumbrón para niñas y niños pijos y de posibles, donde la había mandado su padre, que conocía bien el helvético país por motivos de finanzas raritas, para estudiar y hacerse una mujer de provecho. Sería la primera guapa del mundo que le debiera algo a Suiza sin tener cuenta corriente. ¿A Suiza? ¿De verdad?… Pues, sí, así era porque, al no verse en mucho tiempo con su madrastra a la que odiaba y, lo que es peor, con Ana de Dinamarca, que también, había pasado desapercibida. Se libró por los pelos de espicharla al encontrarse en Suiza el día de la chacina en los Alamares.

Pero, claro, el tiempo iba pasando y redondeando a Blancanieves que crecía y se transformaba en una guapa mujer de belleza sin parangón. Además, Blancanieves, era una mujer adelantada a su tiempo. Tenía dos gatos y un perro, se había tatuado las nalgas y montaba en patinete eléctrico, atropellando jubilados, por las calles de Berna con una mochilita a la espalda donde llevaba un taper con albondiguillas del Ikea y un bote de plástico con café del Starbucks. Aunque hubiera preferido ser una stripper profesional, últimamente se le había metido en la cabeza hacerse Top Model a toda costa y super sexy que también. En Suiza, hasta los bollos, la envidiaban.

Siempre iba vestida impecable, con el mismo conjunto que le había comprado su padre en las Antigüinas. Falda amarillo pollo de amplio vuelo sin miriñaque, blusa blanca con cuello alto sin ballenas y mangas abullonadas, o de farol, en colores rojos y azul, corpiño negro sin corsé, capita roja y, como calzado, bailarinas o merceditas. Llevaba también el pelo, negro como el azabache, corto y recogido con un cintillo rojo rematado en lazo. Un poema… ¡Para comérsela!... Si la llega a ver Gustavo Adolfo Becquer…


Llegó el verano y, con él, llegó también el día en que se acabaron los estudios y comenzaron las vacaciones en Le Rosey, colegio internado mixto de Suiza. Los chicos volvieron a Madrid para después trasladarse con Julián, en el Haiga del Señor Conde, a Los Alamares de Manolete para pasar lo que viene a ser el veraneo. Blancanieves, a fuerza de primaveras floridas, estaba radiante, como un gladiolo reventón, y no tardó en mostrar su hermosura paseándose por la dehesa en su patinete ecléctico. Veloz y etérea, cual ninfa de los catarros y las alergias, con su atuendo de siempre que insinuaba curvas pero no las enseñaba, marchaba contenta rodeada de jilgueros, verderones y alondras que revoloteaban trinando por encima de su cabeza. Si, si… No se sabe a ciencia cierta que se fumaba Waltz Disney…


Blancanieves no se percataba de que iba sembrando envidias por donde pasaba y de que miles de ojos, los de los feos que quedaron vivos, la estaban observando como si fuera el escaparate de la Perla. No contenta con eso, se paseaba a toda leche por las calles del pueblo meciéndose con el patinete, de lado a lado, al tomar las curvas al son del Candil, mostrando toda su grácil elegancia. Solo la adelantaba Amparito Roca montado en su cochino ibérico de pata negra. Las gentes la observaban y exclamaban; malo, malo… Y es que, envidiosos de la belleza de Blancanieves, temían que dicha belleza llegara a oídos de Olivia de Havilland y la cosa acabara como el Rosario de la Aurora. Esta niña tiene poco vuelo… Dos telediarios… Malo…


La envidia, aún ciega, se mueve rápido y, un día de Julio, cuando la Señora Condesa y Ana de Dinamarca se habían instalado en Los Antojos para pasar el verano, se presentó un señor rarito, con bigote y bastón de bambú, que vendría a tener unos cincuenta años de maduración en barrica, luciendo un traje veraniego color caca de criatura y zapatos Oxford blanco y negro de postín, preguntando por Ana de Dinamarca. Al abrirle la puerta apareció el sujeto, detrás de las aspidistras y, aunque se llamara en realidad Don Gervasio, se hizo presentar como La Mistinguette, antiguo compañero del elenco de baile de Ana de Dinamarca, que quería que le presentara a Olivia de Havilland para darle un mandado urgente.


Se había desplazado desde Madrid, en la viajera decimonónica de RENFE y, tras siete averías, un descarrilamiento y dos mini incendios de la locomotora, llegó, sano, salvo y por los pelos, en un escacharrado autobús de La Estellesa, para poner sobre aviso a la Señora Condesa de los encantos de Blanca Nieves que tanto en Berna, como en Madrid e incluso en La Ponderosa, estaban causando estragos… Referente al asunto de los trenes que ni iban, ni venían, ni se les esperaba, ni se les espera desde Madrid, una vergüenza, se podría aplicar lo de a los tontos de Carabaña se les engaña con una caña, porque la inutilidad cobarde con ladillas acomplejadas de los gobernantes de la cosa, hacía y hace patente el desencanto de los usuarios al sentirse engañados como los de Carabaña. Ave-Crem para el 2000…. ¡Ji, ji,ji,ji,ji….!


-A ver cómo le explico yo esto, Señora Condesa, sin que me pegue usted… Dijo la Mistinguette pasándose un dedo por el cuello de su camisa para paliar el sofoco y la gota gorda. Pues bien, continuó… Me dicen de buena tinta que, su hijastra Blancanieves, es un pendón verbenero. Sí, sí… Me dicen, también, que los primeros jueves de mes por la tarde, se iba a una taberna llena de viejos verdes, se subía en una mesa tipo velador y, al son de I Heard Trough the Grapevine, de la Creedence Clearwater Revival, se quitaba la ropa, poco a poco, a fin y efecto de enseñar sus encantos naturales. La canción duraba diez minutos, justo lo que Blancanieves tardaba en enseñar el higo y se formaba la bronca entre los presentes que querían teta también. Pero negativo a lo de la teta… Entonces, la muy echada a perder, saltaba de la mesa como si nada y salía pitando en pelotillas hacia el servicio, al fondo a la derecha, antes de que los viejos delirantes se colocaran las dentaduras para comérsela tal cual. Algunos asistían con un rollo de papel higiénico porque, en la Tigresa de la calle de las Peñas, así se lo exigían. Tal y como se lo cuento… Decía que era una obra de caridad que hacía, todos los primeros jueves de mes, en penitencia por sus malos pensamientos, la mu joía…. ¡Un escándalo!...


-¿Perdona?...


-Vamos a ver… En mi descargo, he de recordarle, Sra. Condesa, que usted ya confesó en su día, a mi amigo Ana de Dinamarca, como Blancanieves le causó tantos disgustos a su padre, como si tuviera pocos, cuando se empeñó en hacerse profesional del striptease, que andaba el hombre, por La Ponderosa, haciendo pucheritos todo el día por culpa de la matraca de niña. Y… Claro… En el ADN de un Jaimito va incluido, sin gastos de envío, el hacer jaimitadas y, como la niña es una Jaimita de tomo y me como una, pues eso… Ha de tomar medidas inmediatamente, antes que vaya a algún casting, o la tal increíble y exuberante belleza se le comerá la tostá y la pringá…


Olivia se Havilland se quedó estupefacta mientras se remiraba, de arriba a abajo, a aquel mequetrefe portador de tan malas nuevas, que más valía habérselas ahorrado, que no hicieron otra cosa que enfurecerla más si cabe. Fuera de sí, agarró a La Mistinguette por el pescuezo y amenazaba con troncharle la jeta con una mano de almirez de bronce.


- ¡Bellezaaaaaa!... ¿Has dicho belleza, so imbécil?... ¡Tú qué coño sabes de belleza, moscorrofio infame! ¡Aquí la única belleza que existe es la mía!


- ¡En la cara no!... ¡En la carita no, por Dios, Sra. Condesa!... Gemía La Mistinguette que se veía haciendo de morcillo en un puchero de cocido de tres vuelcos. Tenía que haber hecho caso a John Lennon y haberme incorporado a los Beatles cuando me lo pidió, se lamentaba La Mistinguette…


La Madrastra, Olivia de Havilland, cabreada como un mandril con almorranas, llamó a consultas a Ana de Dinamarca y le ordenó que sacara el espejito mágico de la vitrina para hacer una sesión de interrogatorio en tercer grado. Jacques Belfegor se relamía de gusto…


- A ver, espejito mágico… ¿Es verdad lo que me cuenta La Mistinguette? ¿Es verdad que Blancanieves es la más guapa de la Ponderosa y de la Casa de la Pradera? ¡Contesta joío tonto!!!

-Naturalmente, Señora Condesa, Blancanieves es la más guapa, sin duda y a usted le pega mil vueltas, que lo sepa. Contestó el espejito Victoriano.


Aquello fue la gota que colmó el vaso… Olivia de Havilland, al borde de los delirios, ordenó a Ana de Dinamarca y a Julián que se lo montaran como quisieran pero que Blanca Nieves tenía que desaparecer del todo, que el Señor Conde no debía de enterarse y que la cosa tenía que parecer un accidente. Que, por si acaso, se leyeran a Mario Puzo…


Así que, dicho y hecho, los dos secuaces se fueron en busca de Blancanieves y, una vez la hubieron encontraron, la llevaron a Villa Conflictos envuelta como para regalo. Allí se quedaron Julián y Blancanieves solos, tomándose un gazpachito, mientras Ana de Dinamarca se buscaba una coartada haciendo como que se despedía de La Mistinguette en los Antojos.

-Julián, oye, que si eso la matas tú… ¿Vale?... Es que a mí me coge la Guardia Civil y me da la risa… Te lo juro… Luego lo de las hostias, por motivos de ahorro en juicios y fuegos artificiales, y lo canto todo. Suplicaba Ana de Dinamarca.


Pero a Julián que, aún siendo un experto asesino, no era un jenízaro de lanza y chambón le daba yuyu mandinga el matar a una pimpolla jovencita. Por eso, al llegar la noche, le propuso a Blancanieves que saliera pitando por la dehesa y que no parara ni mirara para atrás hasta llegar, por lo menos, a Tanganica. Julián pensó que, aunque corriera despendolada y de noche por la dehesa, no le pasaría nada porque era morena de ceja, o sea auténtica. Si hubiera sido rubia la hubiera matado el mismo, y allí mismo, para ahorrarle las fatiguitas de tener que salir corriendo por entre la charabasca y las jaras hasta que un asesino, que casualmente pasara por allí, la encontrara y obrara en consecuencia. Así era él… Todo corazón… Pues eso, una vez Blancanieves hubo abandonado Villa Conflictos, Julián, se hizo con un cuchillo modelo Psicosis y fue en busca de un cochino, que sería el que pagara el pato; lo mató, le arrancó el corazón y, con el órgano aún latiente, se fue a ver a Olivia de Havilland para enseñarle la prueba del asesinato de Blancanieves.


Blancanieves corrió y corrió y corrió… Llegó a hacer 8,9 a los cien… Y, cuando no pudo más, se dejó caer sobre unos jaramagos, y se quedó dormida. No había pasado un cuarto de hora cuando se despertó, sobresaltada, porque había comenzado a escuchar el sonido de las esquilas, a lo lejos, junto a unos canticos tabernarios acompañados por silbidos. No, no podía ser… La muerte solía tener mejor gusto a la hora de presentarse. Por Beethoven, Mozart o palos de éste tipo… Así que, a pesar de observar atentamente, no vio a nadie por los alrededores aunque, a lo lejos, en el horizonte en penumbras, creyó observar una lucecita que titilaba a través del ventanuco de una chocita.


Sin pensarlo, como siempre, allí que se dirigió Blancanieves, en espera de encontrar ayuda en la chocita pero, aunque la cosa tenía potencial, no se cumplieron sus expectativas… Cuando se acercó un poco a la chocita se dio cuenta que era muy pequeña, por eso tenían el botijo fuera, que en aquel momento no había nadie y que había siete camitas tipo cunitas, de uno veinte por cincuenta, de IKEA y dos pedazos de alambiques hermosos modelo Al Capone de los años treinta. Pero, como estaba muy cansada, pensó que se había colado en una guardería y se echó sobre las siete camitas quedándose profundamente dormida sin investigar más.


Al rato aparecieron, en la humilde chocita, siete enanitos, que hacían como si vinieran de trabajar, como todo el mundo, y se quedaron estupefactos con la visión de Blancanieves dormida ocupando media casa. Los enanitos respondían a los nombres de Antonio Bienvenida, Rafael de Paula, Diego Puerta, Luis Miguel Dominguin, Paco Camino, El Litri y Curro Romero. Esos nombres delataban su origen laboral y parecían como salidos del cartel del Bombero Torero y la Banda del Empastre, pero, como el asunto del toreo estaba mal visto, por los talibanes de la libertad de elección, pues disimulaban y decían que eran nombres de célebres perroflautas de pandereta y malabares en Alcalá esquina Goya… Y es que hay muchos tipos de dictaduras y no todas tienen que ser de color caqui…

Estos personajes no eran trigo limpio, qué va, sino que, más bien, parecían traficantes de arvejón para los borregos. Iban explicando por ahí que eran mineros, como Antonio Molina y, cada noche, se les veía pasar en fila india, con pico y pala al hombro, desde la mina de plata hacia su casita, por el horizonte gris de la dehesa nocturna, alumbrados con la única luz de un farol, mire usted. Dicen que iban cantando aquello de ¡Ahí voy, ahí voy!... Pero no… La realidad era que aquellos personajes eran funcionarios de la administración, que cantaban muy mal y que llevaban tiempo sin aparecer por sus respectivos negociados debido a encontrase; dos de baja definitiva, tres en excedencia y los otros dos, que no se habían dignado a presentarse nunca en sus puestos de trabajo en Correos, decían que estaban en asuntos propios gordos. Tenían mucha cara, los reyes del escaqueo… Nadie los echaba en falta…


Algo se llevaban entre manos aquellos caraduras que habían abandonado la pírrica seguridad de sus puestos de funcionarios, sin dejar de cobrar puntualmente cada mes, por una mina de plata heredada de sus antepasados. La cosa era que, hicieran lo que hicieran, la presencia de Blancanieves en su casa desbarataba sus planes, fueran los que fueren. Además, cuando se dieron cuenta de quien se trataba la jovencita, entraron en modo pánico, maricón el último y los enanos primero… Olivia de Havilland iba a montar con ellos un asador de pollas picantonas con piri piri… No podía ser… Había que hacer algo…


Así que mientras se les ocurría un plan B, C, D y H, convinieron quedarse con Blancanieves, en una especie de campus veraniego, durante un tiempo prudencial, y llegaron a cogerle cariño. Eran muy granujas y pensaron en sacar provecho de la situación pero también eran lo suficientemente conscientes como para comprender que pedir rescate, por secuestro, a una bruja del calibre de Olivia de Havilland, era como que te metieran en un asilo de ancianos con enfermeras locas y eutanásicas, por lo tanto decidieron ocultar a la jovencita. Sin embargo, los siete enanos adultos, nunca le explicaron a Blancanieves a que se dedicaban por aquellos parajes. ¿Armas, drogas, alcohol, trata de blancas, capitales?... Nada de nada… Después de un tiempo, había que ver a los ocho, vestidos de viudas de La Granja de Torrehermosa, para pasar desapercibidos y que no se descubriera a Blancanieves, subidos en el patinete, contentos, volando a toda hostia por la dehesa, sorteando carboneras.

-Hoy salimos en las Ventas con picadores… ¡Ole!..


Pero no hizo falta plan alguno, los planes se estaban pergeñando a pocos kilómetros de allí, y no eran buenos.


Olivia de Havilland, que en ningún caso había contado con el Señor Conde de Pino Verde, había confiado en la palabra de Julián y dio por zanjado el asunto de Blancanieves. Pero cuando Julián y Ana de Dinamarca pensaban que el timo había funcionado, pasó lo que no debía pasar pero pasa. Una mañana cuando la Señora Condesa estaba en el tocador de su alcoba dejándose cepillar el cabello por Ana de Dinamarca, se oyó una voz lúgubre que provenía de la vitrina donde se guardaba el espejito Victoriano.

-Señora Condesa, Señora Condesa… Decía la voz…

Olivia, picada por la curiosidad que mató al gato, abrió la vitrina y observó con horror la imagen de Blancanieves reflejada en el espejito Victoriano y mágico. De fondo, las risotadas histéricas de Jacques Belfegor volvieron más loca, si cabe, a la Señora Condesa. Ana de Dinamarca se echó las manos a la cabeza y farfulló ¡Oh my god! Y luego… ¡Válgame el señol!… Se le iba a caer el pelo…


-¡Fuera de mi vistaaaaa, imbéciles¡ Gritó la Señora Marquesa mientras enseñaba con su dedo índice el camino de la puerta a Ana de Dinamarca y a Julián. ¡Sois unos inútiles! Ahora me tendré que encargar yo de esa mocosa creída de mierda, ya os arreglaré después… Y tú, Ana de Dinamarca, no corras que es peor y no te vayas muy lejos porque pienso matarte, entre las siete y las ocho, a pellizcos, bujarrona de feria y circo… Luego se dirigió al espejo Victoriano…


-¿Dónde se encuentra esa bellaca, espejito hijoputa?

-Jacques Belfegor, encantado, le mostró el sendero hacia la casita de los siete enanitos traficantes de lo que sea. ¡Aquí va a haber sangre! Chillaba, histérico, Jacques Belfegor.


Al rato, Olivia de Havilland, se puso de color verde quirófano, alzó los brazos hacia el infierno de arriba, se despeinó la trenza e invocó a Quercus.


No tardó mucho en llegar la respuesta del dios maldito de la dehesa. De repente, Olivia de Havilland, se vio plantada en el centro de la alcoba transfigurándose hasta tomar el aspecto físico de una bruja jorobada, vestida de negro bruja, con medias a rayas horizontales blancas y negras, portando un canasto de manzanas Golden Red, preciosas, en una mano y un escobón de retamas secas en la otra. Sonó un trueno, la luz de un relámpago cruzó la estancia, se fue la luz como siempre que Endesa anda detrás, se levantó una polvareda, como de humo negro y, Olivia de Havilland, la Madrastra bruja, salió volando rodeada por cientos de murciélagos al son de “Una lágrima cayó en la arena” de Peret.

Sí, sí… Fue tele transportada a la dehesa en un periquete y se presentó en la puerta de la chocita de los enanitos en la que se encontraba Blancanieves, sola, preparando una caldereta de cordero lechal para cuando volvieran los enanitos de trabajar. Blancanieves, que no miraba al cruzar, como ya dije, y además era gilipollas de gama alta para siempre, creyó que se trataba de una buena mujer de la quinta edad que le ofrecía una Golden Red, así, por la cara.

Lo que no sabía, la muy enajenada mental crónica, era que la manzana objeto de obsequio estaba emponzoñada con cianuro, ricino y gazpacho Alvalle a fin y efecto de matarla en caso de que la comiera. Sí, sí… Blancanieves, como no, cogió la manzana Golden Red de promoción, la miró relamiéndose y se la zampó de dos bocados. Acto seguido cayó redonda encima de las cunitas de los siete incunables. Olivia de Havillan, contenta y orgullosa de su trabajo, se volvió volando hacia los Antojos donde solo le quedaba matar a pellizcos a Ana de Dinamarca, tal y como le prometió, y a Julián también, antes de volver a consultar con el espejito mágico.


Mientras tanto y tras haberse cruzado, por el camino verde que va a la ermita con Caperucita Roja, que iba a toda hostia en una Norton Comando de 961 cc, los siete enanitos llegaron a la chocita y, como la puerta estaba entornada, entraron sigilosamente para ver que ocurría. Al momento se percataron de la presencia de Blancanieves recostada sobre sus camitas y se quedaron embobados admirando la belleza de la jovencita a la que dieron por muerta. Así que cuando empezaron a pensar un poco vieron que se les presentaba un panorama de tan difícil explicación que sería como para tirarse toda la película diciendo que ellos no habían sido.

-Señor Juez, su señorita, antes de ir al trullo, nos ofrecemos de costaleros en la Borriquita, rogaban los enanitos al ver que trapichear con nocturnidad cerca de la frontera de un país vecino era, más bien, una coartada flojita… El paso del Descendimiento era más castigo pero es que no llegaban a los varales debido a su escasa altura y no era cuestión de procesionar colgados como chorizos… La Borriquita estaba bien…


Como no podían ocultar el asunto, porque la dehesa estaba llenita de chivatos, decidieron hacer con Blancanieves lo que se hizo con El Cid en su día. La ataron al patinete ecléctico y la soltaron por la dehesa… No hubo forma… La difunta no se mantenía en equilibrio y se pegaba tales talegazos, cada cincuenta metros, que no se lo creía nadie. Toda la peña de la dehesa, visto lo visto, quedó convencida del fallecimiento de Blancanieves. Así que, viendo que la cosa colaba, decidieron reanimar a la jovencita en secreto.

Sí, sí… Fue agotador porque, al ser bajitos, no les daba tiempo a soltar el desfibrilador cuando este descargaba en trescientos y se llevaban cada ración de voltios que lo flipas… Hartos de calambrazos, se decidieron por el plan B antiguo y eficaz y, para ello, pusieron en marcha uno de los alambiques. A base de ruido y vapores etílicos, fueron echando hierbas, que mejor no explico cuales eran, y fueron capaces de hacer una pócima sospechosa, con sabor a anís El Mono, para hacérsela tragar vía oral y a hostias a la pobre Blancanieves. Esto no la reviviría pero, siendo un cuento, lo normal era que quedara en coma inducido y que se siguiera pensando que había espichado para no levantar las sospechas de Olivia de Havilland. La cosa quedaría de este modo hasta la llegada de un príncipe rubio y azul que la besaría y adiós perdices, adiós...


Así que, como manda el protocolo, construyeron un sarcófago de cristal y depositaron en él a Blancanieves a la espera de la llegada del Príncipe.

Por la dehesa no paraban de escucharse las canciones inculpatorias de los niños y de los entes extraños.

El Conde de Pino Verde, señor de muchos castillos, cabrón de horca y cuchillo, un verdadero hijo puta….

El señor Conde, aunque tarde y sin remedio, empezaba a darse cuenta de que en casa tenía un grupo terrorista que, por pura envidia y celos, había atentado, a base de manzanas Golden Red, contra la vida de la niña de sus ojos. Enloquecido, al percatarse de las verdades ocultas y de lo ciego y engañado que estaba, se dio a la bebida y por su cabeza pasó el demonio de la venganza… Pegaría fuego a los Antojos y quemaría viva a Olivia de Havilland y al espejito demoníaco. Ana de Dinamarca y Julián ya habían sido despachados por la Señora Condesa y Federica, al ver a su marido Julián muerto a pellizcos, que eso hay que verlo, se arrojó al pozo de los Alamares de Manolete donde acabaron sus días, sus tardes e incluso sus noches.

Los siete enanitos buscaron en Google, en el apartado de príncipes azules, de segunda mano, que besan de puta madre, y, después de deshacerse de todos los anuncios del mundo, de verse mil doscientas referencias porno, y tres mil de azulejos el Príncipe, de galletas el Príncipe, de gilipollas el Príncipe, ingeniería de fluidos El Príncipe, del Príncipe que había pasado a Rey y no se enteraba de que medio país era republicano y del Príncipe de Beckelaire donde salía Carlton bailando por Tom Jones, finalmente dieron con uno de Rusia, que ya había salido en varios cuentos en los que había que despertar a princesas a base de besos, y les pareció apto para el servicio.

A pesar de estar bastante amortizado aún se encontraba en buen estado, así que podría valer.

Este príncipe azul y ruso había llegado en un corcel blanco, desde Moscú, para un casting de los Reyes Magos de la cabalgata de Reyes de Peloche. Atendía, el buen mozo, al nombre de Roberto Carlos Alberto Romanof… Su madre, Tatiana Vesparova de Romanof, causante necesaria de tales nombres, estaba en la clínica de desintoxicación de telenovelas, Joseph Stalin, de Vladivostok, en Siberia. O eso dicen… Las purgas… Si, si… No se lo cree nadie, pero es verídico…


Cuidado con el ruso… El Príncipe ruso era, en realidad, hijo de un mangante del KGB y aunque estaba forrado, era tan rata, el hijoputa, que lo primero que hizo fue pedir una buena cantidad por besar a Blancanieves. Sí, sí… Si no le daban un montonazo no le interesaba porque sacaba una pasta gansa de ayudas sociales a refugiados sin tener que dar golpe. Yo Melchor, yo no gilipollas, yo denunciar a ONG, yo salir en tele, y joder mucho… ¿Ty ponimayesh tovarisch?...


El príncipe azul, rubio y ruso, una vez se firmaron los contratos, se acercó a la urna donde yacía Blancanieves y quedó prendado, al momento, de su belleza. Los enanitos abrieron la tapa de cristal y Roberto Carlos Alberto Romanof pudo besar a Blancanieves que, al sentir el brutal besazo a la reducción de vodka, se despertó, comenzó a desperezarse y se puso a cantar como Doris Day.


¿Que será, será?

What ever will be, will be

The future’s not ours to see

¿Que será, será?

What ever will be, will be…


Mientras cantaba, toda la Dehesa, ejecutaba una preciosa coreografía campestre, para celebrar el enlace de Roberto Carlos Alberto Romanof y Blancanieves de Pino Verde que habían encargado el evento a un Lobo que tenía, junto con su marido Draculito, un catering en un pueblo de La Ponderosa.

Como telón de fondo, en plan Lo que el Viento se Llevó, de la ceremonia, el castillo Los Antojos ardía y ardía con Olivia de Havillando en su interior. Se oyeron los gritos espeluznantes de la desdichada y de Jacques Belfecgor y luego se hizo el silencio. Los tortolitos heredaron La Ponderosa, se quedaron a vivir en Lo Alamares de Manolete, fueron felices y ese fue otro mal día para las perdices…


Nube Negra y Río Gris, los dos hermanos de Blancanieves, no asistieron a su boda. Según dicen, pero nadie lo puede corroborar, se conoce que cuando vieron que la Madrastra estaba de matanza cogieron las de Villa Diego y desaparecieron de la Ponderosa. Creen saber que uno tiene un trabajo estupendo de autónomo, en una gran ciudad, como repartidor de hamburguesas por los áticos. Va en una bicicleta, que tuvo que comprar él, y carga a los hombros, a manera de mochila un cajón inhumano lleno de hamburguesas para repartir por los áticos, como dije.

Del otro no se sabe más que tenía un trabajo de puta madre en otra gran ciudad que consistía en pasear perritos ajenos por los parques, dos veces al día; la gran meada de la mañana y la gran meada de la noche y recoger sus caquitas. Nunca quiso ser pastor de ovejas en la dehesa y mira… Pero todo esto no deja de ser un rumor sin confirmar. Hay una fosa común por donde las carboneras…


El Conde de Pino Verde, corroído por la culpa, colgaba por el cuello de una encina gorda de la dehesa, cerca de Los Alamares de Manolete… Pensaba, el infeliz, que allí estaban enterradas sus esposas anteriores la cual cosa no era así… Había, en algún lugar de la dehesa, una fosa común…


Y colorín colorado este cuento se ha acabado.


MORALEJA


La envidia es saludable si se toma con moderación y si se camina, a buen ritmo, al menos, media hora diaria. Hay que ser envidiosos a tope y con todo y tener cuidado con el chalet o la casita de campo que tengamos cerca de una dehesa… Sobre todo que no haya armarios empotrados… Y si, por casualidad, en el interior del armario empotrado, os encontráis una bolsita de tela verde con incienso y un espejito Victoriano… Pues eso…


FIN



Autor: Juan Ignacio Murillo "Higinio"



CUENTO 3


LOS TRES COCHINILLOS SEGOVIANOS




LOS TRES COCHINILLOS SEGOVIANOS


A ver, esta versión libre y paremiológica de un cuento del tiempo de Maricastaña es un relato corto, casi efímero, escrito con mala baba y dedicado a los niños que no comen, no cenan, no quieren ir a la cama cuando toca y no hacen caso a los papás. A las mamás es más difícil que las toreen. Fruncen el ceño, sueltan el móvil y… Hay unas zapatillas de miedo en calzados Alonso… Los socorridos, a la vez que eficaces, recursos del Coco, el Sacamantecas, el Hombre del Saco, El Horno de San Leandro o el del tío del Butano, a excepción del ¡Que viene ei Lobo! atávico y convincente, han quedado obsoletos a la hora de hacer obedecer a estos niños modernos que están hechos de otros materiales más sostenibles. Los capones también…


Como dirían los reyes de los cuentos, Calleja o Neymar Jr. …


Erase, que se era, un bosque de montaña, situado en los Carpetanos de la sierra de Guadarrama, al sur de Segovia, donde siempre hacía un frío que pelaba. Un frío de mear y hacer esculturas y perfomances para ARCO con la meada… A ver, era un bosque sencillo, no era mágico, era más bien ilusionista de circo pobre y poco más que contar… Bueno, tenía tres o cuatro hierbecitas raritas a las que los más listos del comercio adjudicaban poderes curativos, eso sí, siempre en infusión y en una fórmula de mezcla, en sueco, porcentual, y aritméticamente imposible, para ganar unos duros, a costa de llevarse al retortero a los más hipocondríacos. También había por allí pinos piñoneros como para exportar y, por entre esos pinos, brotaban níscalos que se podían exportar también.

¿Cómo te diría?... Era un bosque, soso de cojones, aburrido como la Formula 1, sin gnomos ni gnomas, ni duendes, ni hadas, ni mochuelos, ni mochuelas, ni misterios destacables. Vamos… Un truño de bosque dedicado, exclusivamente, a la explotación de tirolinas, senderismo, running , puenting y raftings para aquellos que no encuentran suficiente adrenalina en los aromáticos gimnasios urbanitas, mezcla de Cabrales, Rias Baixas y Boletus, y piensan que ir al monte a por orégano es como tele transportarse a universos paralelos. Era de tener en cuenta la existencia, en ese asco de bosque, de un presunto pirómano oficial que se llamaba Ambrosio, como el de la carabina, que únicamente le pegaba fuego al monte cuando le llamaban de un canal de televisión, de los de poner anuncios hasta reventar los cojones del share, porque empezaban los telediarios del verano, se había acabado el fútbol, no se había matado mucha gente en la operación salida, tampoco se habían matado muchos ingleses en Mallorca haciendo balconing y faltaba chicha para comunicar.


Bueno, aunque nadie pueda creérselo, en este absurdo bosque vivían tres cerditos muy excusaos que eran hermanos…

Si, si… Tres cerditos comunes, rosaditos, tiernitos, como para comérselos que se habían escapado de las cochiqueras propiedad de Rita la Cantaora y su tía Frasca. Lo bueno es que estos tres cerditos hablaban, cantaban, bailaban y comían margaritas a lo master chef, o sea, la Caraba…

Si, si… Te lo juro… Estaban para un musical en la Gran Vía… Pero es que no solo es eso… Es que habían sido bautizados por el cura de Torrejón y atendían a los nombres de Perezoso, Glotón y Trabajador, que manda huevos. Perezoso era más feo que Picio y no daba ni golpe, Glotón se ponía siempre como el Quico con lo que su tripa no le dejaba doblar el espinazo y Trabajador era el auténtico Notas, que todo la sabía como Pepe Illo; responsable, constante, serio, esforzado de los Amadores de Santarem y le gustaba, anda y joeté, trabajar como un japonés con insomnio.


Siguiendo con el cuento, y ateniéndome escrupulosamente a los originales transmitidos de generación en generación y de boca en boca, he de decir que por el bosque se paseaba un lobo, que se llamaba Cándido, que vivía en Segovia en un caserón cercano al Acueducto romano. En los bajos del caserón tenía un magnífico mesón asador que él mismo regentaba para, entre otras cosas, ponerse una mierda de gorro de chef, colgarse una serie de collares y medallas y hacer el lila rompiendo los espinazos de los cochinillos asados con platos que, una vez quebrada la peladilla, estrellaba, a razón de vajillas enteras cada día, contra el suelo del asador, delante de los guiris que acudían, sonrientes y echando fotos, todavía no se sabe a qué…

De Cándido se decía que había llegado a Segovia el año de la Polka, que era un nieto de un afamado turronero de Xixona y que guardaba en su casa montañas de papel de fumar. Como he dicho, Cándido salía, de vez en cuando, con su compadre Perico el de los Palotes, a pasear por el bosque en busca de níscalos y trufas. Se hacía acompañar porque últimamente veía menos que Pepe Leches y comenzaba a perder autoestima y a ganar en mala folla. Cándido, al haberse enterado de que por el bosque corrían tres cochinillos sin asar ni ná, no quería perder la oportunidad de meterles mano, trincarles y enseñarles los entresijos del asador por lo que, junto con Perico el de los Palotes, se dedicaba a merodear por donde pensaba que hallaría a los tres cochinillos. La pareja iban siempre juntos a todas partes, parecían Patacot y Mandinga redivivos.

Un buen día, los tres cochinillos, se encontraban tomándose unas Mirindas y unos chochos en la Taberna La Marimorena, vinos y tapas, cuando se les acercó el Maestro Ciruela y les puso sobre aviso. El maestro Ciruela, que no sabía leer pero montó escuela, les advirtió de que, últimamente, por la Taberna había pasado Cándido preguntando por ellos con mucho interés gastronómico. Los tres cerditos se asustaron tanto que convocaron una junta extraordinaria para ver como solventaban el problema del Lobo. Acabada la junta, después de los ruegos y preguntas y antes de pasar al fotocol, decidieron, por unanimidad, que cada uno se construyera una casa para así quedar protegidos del ataque de Cándido.

Perezoso se fue a la puerta de Mercadona, reunió un montón de cajas de cartón del pan congelado, y bolsas de plástico de las de tirar al mar, y construyó, en un santiamén, sin planos ni autorización municipal, una casita de mierda más endeble que la gaseosa La Milagrosa. Perezoso, satisfecho por su obra, se tumbó en una hamaca de Ikea, que hay que tener valor, y se puso a dormir tranquilamente.


Por otra parte, Glotón se fue al mercado municipal y recogió un buen número de cajas de madera para la fruta, el pescado y las verduras. Se puso morado de comer lo que había en el interior de dichas cajas y ya, con menos fuerza que la gaseosa La Milagrosa, construyó, siguiendo los mismos pasos administrativos que su hermano Perezoso, otra casa de mierda que era el cachondeo de todo el que pasaba. Satisfecho de su obra, cogió dos panes de kilo, los llenó de chistorra y se dispuso a merendar.


Trabajador, sin embargo, se acercó a Leroy Merlin primero, y a Bahauss después, se compró herramientas, ladrillos y cemento y se fue al Ayuntamiento, que era como el auténtico patio de Monipodio y, después de guardar una cola que no se acababa nunca, como el arroz de Don Luis, obtuvo los permisos necesarios y se puso a construir una preciosa casa. Cuando hubo acabado, se sentó en el porche, se preparó una limonada y quedó satisfecho con la solidez de la construcción. Había trabajado duro y los resultados saltaban a la vista.


Los tres hermanos contentos y alegres se fueron a la solitaria taberna, La Marimorena, vinos y tapas, a celebrar con rechiflas y cachondeo que el Lobo ya no podría hacerles nada. La Taberna estaba vacía de parroquianos y no había acudido ni el Tato, básicamente, por miedo a que llegara Cándido y los pillara con las bragas en la lámpara de araña. Así que, las tres futuras peladillas, se pusieron a cantar

¿Quién teme a Virginia Wolf, Virginia Wolf?... Que era lo que constaba en el anónimo original y popular. Luego llegó Disney y se cambió la letra de la canción por


¿Quién teme al lobo feroz, muy feroz, muy feroz?...

-¡Traducción más cutre colega!... ¡Te meto!... ¡Einnnng!...


-A ver…


Pues bueno, el lobo Cándido llegó… Si, si… Preguntó a La Marimorena por los tres cochinillos y, al verlos en el reservado, se puso a perseguirlos con malas intenciones. Perezoso corrió y corrió, se refugió en su casa de embalajes de Mercadona y cerró la puerta pensando que se encontraba seguro. Pero el lobo llegó y, cuando vio la casita de Hacendado, es que se descojonaba. Tomó aire como para hinchar a tope diez balones de fútbol y dos de baloncesto, y gritó; ¡soplaré, soplaré y la casa destruiré! Al rato, volvió a coger aire porque claro, al chillar …, sopló, la casa se fue a tomar por culo y Perezoso salió huyendo , como puta por rastrojos, para refugiarse en la casa de su hermano Glotón.

La casa de Glotón, construida con las cajas de madera, parecía más segura, por lo que los dos hermanos, que estaban in love con la casa, se encerraron en ella, se encadenaron y se tragaron la llave. Una vez más, el Lobo Cándido, llegó hasta la puerta de la casa, descojonándose al verla, y comenzó a soplar y soplar… La casa aguantó tres soplidos, se descuajeringó de inmediato y se fue a donde ya os dije… Los dos hermanos tuvieron el tiempo justo para salir pitando y se refugiaron en casa de Trabajador.

Ahora sí que parecían estar seguros. Otra vez, sin embargo, se presentó el Lobo Cándido, que era más cansino que Rita Hayworth y se puso a soplar y soplar con todas sus fuerzas. Pero nada, de nada… La casa aguantó todos los embates del Lobo sin pestañear. Solamente, el extraño cartel de luz de neón parpadeante de color rosa, donde rezaba “Girls”, se vino abajo desde lo alto de la fachada.

Los tres cochinillos empezaron a bailar y a cantar cachondeándose del Lobo y felicitando a Trabajador por su magnífica construcción.

El Lobo no podía rendirse… Esa no era una opción… Así que, ayudado por Perico de los Palotes, subió al tejado de la casita e intentó entrar por la chimenea para trincar a los tres cochinillos. Pero los tres hermanos, que estaban en alerta roja terrorista, adivinaron las intenciones del Lobo Cándido y encendieron el fuego de la chimenea a fin y efecto de que, al bajar por ella, se quemara vivo. Efectivamente, Cándido, cayó por el tiro de la chimenea, dándose un importante talegazo sobre un fuego de leña de encina que eso había que verlo, y salió literalmente ardiendo, echando humo, hasta llegar a un Hospital cercano donde le trataron, en la unidad de grandes quemados, y le nombraron paciente del mes. Cándido quedó escarmentado y prometió, por imperativo legal, no molestar más a los tres cochinillos segovianos. Perezoso, Glotón y Trabajador fueron felices y comieron lombrices.


Colorín colorado….


Pues no y no… Ese no es el final de verdad… Ese fue el final impuesto por un censor de la dictadura, que era como el perro del Hortelano, para avivar el ardor guerrero de las viejas historias de San Jorge y el Dragón, de San Miguel y Belcebú, de Epi y Blas… En definitiva, la victoria del bien sobre el mal y, a modo de propina, la exaltación de las virtudes de la constancia, el trabajo duro y el esfuerzo como el mejor bálsamo para conseguir triunfar en la vida. No se lo creían ni ellos porque, hasta los más recalcitrantes actores de la dictadura, sabían que eran cuentos chinos sobrevalorados, que todo es cuestión de suerte y picaresca y que el esfuerzo, el trabajo y la constancia no valen para nada como se demuestra en el final auténtico de este relato.


El Lobo, por ser Lobo y quizás solo por eso, no se fiaba de tres cochinillos que hablaban, cantaban y bailaban como Ginger Rogers y Fred Astaire, porque, desdeluegamente, no es para fiarse. Si tu vas a un restaurante y, después de que te planten en la mesa una fuente de barro con un cochinillo asado, te enteras que ese cochinillo es Billy Elliot despatarrao y con la lengua fuera… No, no te lo comes, no… Vas y le das santa sepultura e inmediatamente después, denuncias al Chef gourmet de los cojones. O sea al cocinero de toda la vida que estaba dando bailarín por peladilla.


Bueno, a lo que íbamos. El Lobo Cándido no se iba a meter, ni de coña, por una chimenea, al estilo Mery Popins, sino que muy al contrario se armó para la ocasión. Cándido y Perico de los Palotes se fueron a Ávila, allí robaron un ariete y un traje de carbono ignífugo y NBQ de la academia de la Policía Nacional y se dirigieron a la casita de los tres cochinillos. Coordinaron el dispositivo y mientras Perico de los Palotes hacía una envolvente, derribando la puerta de la casa de Trabajador con el ariete, Cándido se descolgaba, haciendo rapel, por el tiro de la chimenea con su traje protector. Asín que… Aprovechando la confusión y el factor sorpresa trincaron a los tres hermanitos, pobrecitos, los metieron en un talego y de allí a un motocarro Vespacar muy molón en el que se dirigieron al asador de Cándido.


Aquello fue muy triste… Si, si… Degollaron, si más, a los tres cerditos, pequeñitos, tan bonitos… Los evisceraron, los abrieron de patas y en esa grotesca, a la par que patética, postura, los colocaron en unas fuentes de barro. Un poco de agua, un poco de sal y Perezoso, Glotón y Trabajador fueron al horno junto con una gran fuente de patatas panaderas. Cándido, mientras se hacían en el horno, aprovechó para llamar a Viajes El Coño de la Bernarda y ofrecer un pack de visita al Acueducto de Segovia y comida con cochinillo, patatas panaderas y vino, en su asador.

La Bernarda confirmó la reserva para el evento y, a la hora, o así, se presentó en la puerta del asador un autobús, de la empresa El Capitán Araña, y de él se apeó un grupo de guiris que se dirigió al interior. Dentro, tras una mesa donde yacían los tres cochinillos junto a las patatas panaderas y grandes jarras de vino, Cándido, gustándose, perfectamente ataviado de chef chorra y homologado, se dispuso a montar su numerito de bienvenida destripando una vajilla enterita contra el espinazo de los pobrecitos cochinillos.

Pero… ¡Una cosa sin nombre!... ¡De majaretas!...

La Bernarda, que tenía la agencia de viajes hecha una tendereta, se equivocó y el fruto de ese equivoco fue que el grupo que mandó a comer cochinillo y a beber vino, era un grupo árabe chiita ortodoxo, con Imán y todo, que, al presenciar el rito de bienvenida y el ofrecimiento de cochinillo y vino a tutiplén, montaron en cólera. Allí se lió la de San Quintín y, a base de hostias, Cándido, al que se le puso una cara de asombro como la de John Cleese, acabó en el primer piso del Acueducto romano y las tres fuentes de nuestros cochinillos, junto con las patatitas panaderas y las jarras de vino de barro, recuerdo de Segovia, en todo lo alto del Acueducto, a casi treinta metros sin pértiga.


Este fue el triste final, y no otro, de los tres cochinillos segovianos Perezoso, Glotón y Trabajador.


Lo de Disney es mentira y no queráis poner azúcar donde no es posible ser dulces. Las pesadillas son pesadillas y los sueños…. No existen.


Y ahora sí, queridos niños. Colorín colorado, este cuento se ha acabado. ¡A dormir, cabroncetes!...


MORALEJA


No por mucho trabajar va a cambiar tu suerte. Esfuérzate, ponle fuerza de voluntad, trabaja como una mula, sé responsable, sacrifícate, purifícate y acabaras en todo lo alto del Acueducto de Segovia, a treinta metros…. Y si no lo haces, también… Todos somos cochinillos.


FIN


Autor Juan Ignacio Murillo "Higinio"



CUENTO 2


LA BELLA ADDORMENTATA DELLA FORESTA



LA BELLA ADDORMENTATA DELLA FORESTA


Aunque el título original era “IL BEL PISOLINO DELLA BELLA” O sea, el siestorro de la guapita.


Cuento corto para niños de cuatro años, donde se ensalzan las mejores virtudes del hombre y la mujer; tales como la paciencia, la caridad, la honestidad, la lealtad, etc, etc….

Habíase una vez un bosque…


Si, si… Un bosque de hayas, castaños y robles que por lo intrincado e impenetrable que era daba un miedo de jiñarse. Unos denominan hayedo a este tipo de bosques del norte pero, realmente, su nombre es hayal; lo digo para que lo sepáis y por si hay alguien que todavía intente resolver los crucigramas y los jeroglíficos imposibles de Don Pedro Ocón de Oro.

-¿Y por qué un bosque?...

-Pues muy sencillo. Presta atención…


No hay cuento clásico, ni película de terror que se precie, que no gire en torno a un bosque gordo. Porque un bosque gordo es una cosa de muchos miedos y angustias y si, por un casual, te encuentras haciendo senderismo por un bosque gordo, rural y con encanto, de noche, a oscuras y con niebla, que aunque no se lo crea ni el mismísimo Alfred Hitchcock suele ocurrir con frecuencia, y ves a una chica rubia, en camisón, descalza, sucia y arañada, corriendo despendolada por allí, ten por seguro que la tal chica rubia y anónima acabará tiesa sobre la fría y marmórea mesa de una morgue.


Oui, oui... Suceden las huidas de estas jóvenes rubias, hacia una muerte segura, como si de un siniestro bucle se tratara y se repiten en un “deja vous” intemporal. Las meninges de los guionistas de cine americanos no dan para más… Pero tranquilas porque esto, sin embargo, no suele ocurrir con las chicas morenas, entre otras cosas, porque a mí me gustan más y punto. Por cierto… Hay unos tintes capilares extraordinarios.


¿Qué de donde salen las chicas rubias que, en las noches cerradas sin luna, corren por los frondosos bosques despendoladas como los currucos?... La verdad es que llevo años investigando con Iker y los enajenados de su equipo y hemos llegado a la conclusión de que salen de donde también salen los lobos que son amigos, con derecho a roce y tocamientos, de los vampiros y los zombis. Estos lobos son unos caraduras importantes que se aparean con los vampiros cuando los pillan lejos de los espejos y los Vía Crucis. Si sus copulas al ajillo con los vampiros son increíbles, los coitos con los zombis son de Aurora Boreal…


Lobos que hablan sin acento argentino, que tienen malas ideas e incluso poderes y pululan por los bosques en busca de los tres Cerditos, de Bambi o de Caperucita Roja para hacerse con sus entrañas, vacíos, lagartos, secretos, bifes de lomo alto y chimichurri, una comida saludable. Si, si…


Lo de los bosques puede parecer una cosa rancia, casposa y vintage y que lo adecuado a los tiempos actuales es que estas cosas, y estos cuentos, ocurrieran en gimnasios, fitness, centros de yoga cazurros, o salones de apuestas, que es donde, hoy en día, está la gente que suspira por la adrenalina y la acción, pero esto es lo que hay. Me han dicho que están pensando en trasladar las campanas de las Iglesias a los gimnasios para que repiquen a lo loco, en su llamada a los fieles saludables, y así acudan fervientes a la calistenia de una. Las veteranas asistirán a estas “master class” con mallas, mantilla española y bambas americanas hechas en China. Bosque, bajo bosque, soto bosque y más bosque…

Los italianos, en vista de que se trataba de un cuento para bambinos, a fin y efecto de no crear traumas que, a posteriori, llevaran a estos bambinos a presentarse en el instituto con un Kalashnikov ak 47, decidieron cambiar el nombre de bosque por el de foresta. Yo, si hubiera tenido acceso a uno de éstos, en mi época escolar, hubiera salido en la tele y no precisamente por guapo, os lo aseguro…


Pero, sin embargo, en esta ocasión el bosque jugará un papel secundario ya que se trata del territorio mágico que rodea un cerro de gran altura, casi una montaña mediana, que se corona con un formidable castillo en todo lo alto. Un castillo tipo Alburquerque o así.

-¡Guapo, pero guapppooo, colega¡…

Pues, bueno, todo el conjunto; bosque, caminos, riachuelos, pozos, aldeas y castillo, formaba parte de las propiedades que pertenecían a Enmanuelle II de Melapel-la y a su esposa Alessandra dai Poveri, los Reyes más tontos de la historia monárquica mundial y constituían, básicamente, su reino. Estamos hablando de un Rey cretino deficiente y una Reina que también, o una Reina y un Rey, naturalmente, no vayamos a joderla con lo proclamado en el Pendón. Tanto monta…

Cuando estos Reyes empezaron a gobernar parecía que todo iba mal en el Reino, y que todo era un asco, así que tuvieron que esforzarse mucho para cambiar las tornas y, después de cuarenta años de Monarquía y cháchara diarreica, lograron transformar un país de mierda en una mierda de país. ¡Con dos cojones¡ Si. Sí… Eran Reyes pero, aunque fastidie a muchos, antes habían sido Príncipe azul y Princesa rosa, muy rosa… Tan monos y caramelizados… Tipo Sisi Schneider Emperatriz de Austria.


Bueno, queda claro que no estamos hablando de un Croma de fondo, sino de un país con todos los avíos y, como veo que nos vamos situando, ni que decir tiene que en aquel Reino, o sea, en aquel bosque mágico, porque ahora cualquier zurullo es mágico, aparte de unas setas estupendas, había una serie de aldeas donde vivían los siervos y las faunas propias de la Corona.

En el castillo, y construcciones aledañas, sin embargo, vivía la gente principal, los pelotas, los sopleteros y el resto de la corte real que, aparte de pelotas, estaban hechos unos cachondos de tomo y lomo y unos cínicos que podrían subastarse en Shotheby’s. Pero atención porque hay un dato que no debemos ignorar. Estos reyes, aunque Charles Perrault no lo confirmara, para mí que eran italianos.


Sí, sí… Sobre todo la Reina Alessandra dai Poveri que, cuando iba del puente a la alameda, derramaba lisura y a su paso dejaba aromas de mixturas de pizza Margarita que en el pecho llevaba. Eran unos efluvios fácilmente identificables como cuando, para dar envidia a los vecinos, quemas en una sartén, de las que regalan los bancos cuando proceden a timarte, un trozo de Parmesano Reggiano y le echas orégano. Haz la prueba… Coge una sartén y quema Parmesano Reggiano o argentino, que es más barato y huele igual, y orégano, verás como aparecerán italianos en camiseta de tirantes por todos los rincones exclamando ¡Mamma mía! Eran italianos, seguro.


Pero, antes de que se acabe la boda, vamos con la temática porque el organizador del evento está recién salido del ropero y está espelechando como una perdiz roja…


Mirad, para comprender este cuento, aunque me esfuerce en hacerlo comprensible, hay que abrir la mente y ser receptivos. Si, si… Es que… Veréis… Os puede dar una caraja de padre y señor suyo si os dedicáis a creer a pies juntillas lo que se va a narrar a continuación.

Para empezar abriendo boca en aquel bosque mágico habitaban, musas y musos, hadas, ninfas, gnomos y gnomas, trolls, ranas reversibles, brujas y brujos, búhos, mochuelos y mochuelas y un Lobo ibérico común que estaba casado con un Vampiro llamado Draculito y, juntos, regentaban una empresa de catering medieval. También eran expertos en cakes y cookis… Si, si… ¡Os lo juro!...


Bueno… Se comentaba que este Lobo apareció un buen día por aquel bosque y que bien pudiera ser un heredero arruinado de un afamado turronero de Xixona. No, no es coña, pero este mestizaje de fauna constituía el núcleo principal de los siervos del Reino de los italianos. Aquello era brutal… Un puto video juego…

Aunque no lo pareciera, aquellos habitantes no se soportaban, no se podían ni ver los unos a los otros, y se odiaban desde tiempo inmemorial, pero se aguantaban mientras aguantase aquella especie de monarquía parlamentaria y se perpetuase muchos siglos más. La corrupción era lo normal en aquel Reino que en el último censo de nóminas públicas tocaban a dos alcaldes y medio por aldea. No, no creo que ese tipo de personal se encuentre en una clase de fitness… Modernos y modernas con los tobillos resfriados… ¡Que se le va a hacer!

Lo interesante, demográficamente hablando, es que entre esta multitud tan dispar, sobre todo entre los gnomos y las gnomas, había muchos licenciados universitarios, de los de teórica de bar de Facultad que, tras haber vampirizado los ahorros de sus sacrificados padres, y sin haber dado un palo al agua en la vida, se dedicaban, con una labia envidiable, a enrollar canutos de hachís , a huir del gel de baño y a criticar a los que al menos hacían cosas, o se esforzaban en hacerlas.


Entre el gremio de las ranas reversibles, que también huían del gel de baño, del champú y de las pastillas de jabón, salvo honrosas excepciones, había unas cuantas que eran protestonas profesionales pero sus capacidades académicas no pasaban de COU. Si, si… Protestaban por todo lo que se meneaba y encontraban, entre las virtudes del Rey Enmanuelle II de Melapel-la, un campo abonado y propicio para estar todo el año protestando, indignadísimas, en constante manifestación.

El grupo de pijos, más conservadores que la Calvo, eran las los Ninfos y las Ninfas, una cosa sin nombre, a los que cualquier cosa que barruntara cambios les ponía de los nervios y se dejaban, porque eran los que tenían posibles, una buena pasta en gomina y ansiolíticos. Los miembros de esta clase social, Ninfas y Ninfos, que estaban siempre alerta, eran, a los ojos de los demás, unos carcamales casposos que olían a naftalina, a póliza de veinticinco pesetas y a Polil.


Luego, como no puede faltar en ningún grupo social que se precie, estaban los Búhos. Estos, que antaño eran los bufones amateurs, ahora eran los sopleteros cualificados y doctorados del reino. Sabían de todo, opinaban de cualquier cosa y sentenciaban con frases lapidarias lo mismo una cuestión política que una receta de berenjenas, rellenas con butifarra, gratinadas con queso gruyere. Estos búhos eran, y son ahora mismito, unos individuos muy apañaos… Su ego era, y es, tan grande que, después de pasar por maquillaje, iban por el bosque, de rama en rama, organizando tertulias de opinión bastante cansinas.

También había un grupo de hadas que eran profesionales liberales cualificadas; banqueras, jefas de corporaciones multinacionales e investigadoras científicas. Estas constituían un grupo un poco, o un mucho, según se mire, ocultista que se reía, desde las sombras de las cloacas, de las preocupaciones, broncas y discusiones entre Gnomos, Ninfas y Ranas reversibles. Estas hadas mantenían a los Reyes de la dinastía Melapel-la en el poder porque, a la postre, eran las que mandaban en el puñetero bosque mágico. Estas hadas, que no eran de fiar, tenían el poder absoluto…

También estaban los Trolls, una rama díscola de los okupas gorrones, un grupo muy interesante y divertido, pero, como se pasaban toda la vida entrando y saliendo de la cárcel, pues como que no merecen la pena. También había saltimbanquis, titiriteros, pandereteros…

Pues bien… Hasta todos aquellos siervos, que se pasaban por sus forros la ley de protección de datos, habían llegado los rumores, debidamente propagados a los cuatro vientos, de la incapacidad procreadora de los Reyes y, la verdad, es que se sentían intranquilos y bastante acojonados al recordar la casa de putas sin piano que fue ese bosque antes de la monarquía. Rápidamente, entre la plebe, seguramente por la ansiedad, se organizaron apuestas y demostraciones físicas de coitos, explicativos y prácticos, en plan demostración sindical, por doquier y a todas horas, la cual cosa llevó, con la tontería, a un gran baby boom. Se les fue de las manos…


Así que la cosa era que los reyes, que querían a toda costa tener un hijo, no lo conseguían de ninguna forma a pesar de permanecer un año enterito en pelotillas encamados por orden facultativa. El largo, a la par que absurdo, yacer de la pareja real era un soberano aburrimiento. Como los sopleteros del reino, que veían peligrar sus chollos vitales al pasar el tiempo sin resultados, andaban preocupados, y ocupados en terapias psicológicas y en asuntos de autoayuda, por culpa de la descendencia real, convocaron a palacio a todo el mundo con la sana intención de solventar el problema. Aquello se llenó de expertos…

Por la alcoba real pasaron los más ilustres doctores de la corte, todas las eminencias médicas, así como todos los hechiceros, sanadores, videntes, yoguis, coachs y brujos, que también. Nada de nada… Los Reyes no se enteraban… La corte se convirtió en un despiporre porque todo el mundo sabía cual era el problema de los Reyes a la hora de engendrar pero a nadie se le ocurriría decírselo a la cara porque, no en balde, el cinismo, la hipocresía y la sinvergonzonería, constituían las virtudes morales y los principales valores de aquellos súbditos bosqueños.

Por los pasillos y las estancias del castillo, incluidas cocinas y caballerizas, la gente se iba descojonando por entre los cortinajes y tapices de los salones y se partía el culo de la risa. Todo eran chistes y burlas sobre los reyes encamados e inmóviles que no tenían ni idea de lo que venía a ser un coito simple, sin florituras. ¿Pero quién era el guapo que se metía en la cama con sus Majestades y les explicaba lo del palito gordo y el agujerito gordo también? ¿Y lo de menear el culito?... Porque, por menos de aquello, se había decapitado a montones de súbditos, quemado en la hoguera a multitud de súbditas y capado a otros tantos. Los juglares y la Tuna ya jaleaban por las tabernas las impotencias reales e incluso se llegó a cantar, de forma lúdica y jocosa, que la italiana tenía sus partes como las muñecas de Famosa que se dirigen al portal. Aquello fue un temazo tan brutal que a punto estuvo de que lo presentaran en un certamen internacional de música donde era costumbre que, de los cincuenta participantes que asistían, los del bosque mágico quedaran siempre los últimos.


Veréis… Es que el Rey Enmanuelle II de Melapel-la, no tenía ni idea de mujeres porque, entre otras cosas, había estado ocupado en cantidad de excursiones, deberes y actividades extraescolares y, al acabar el día, quedaba exhausto sobre la piltra con los ojos en blanco. Además, el personal femenino, que se encargaba de sus cuidados y educación en palacio, eran legionarios, palafreneros, alabarderos y granaderos disfrazados de doncellas como los Monty Phyton y claro… Un cachondeo… Así no se puede…

Con todo y con eso, el Rey tenía un montón de virtudes destacables. Le gustaban las corridas de toros a rabiar, también los encierros de toros por las aldeas y lancear a los toros bravos por el campo montado a caballo borracho como una cuba. Era, como no, un apasionado de la caza de todo tipo y con cualquier tipo de armas o trampas, de las peleas de gallos y de perros, del tiro de pichón, de la pesca con dinamita y de los combates de gladiadores y de boxeo.


Había contribuido a humanizar las fiestas patronales de los pueblos de su reino cortando de raíz la tradición de arrojar a alcaldes, curas, mujeres, niños, mozos y ancianos desde los campanarios de las altas torres de las Iglesias de los pueblos durante dichas fiestas. Se cabreó mucho cuando lanzaron a un Arzobispo desde la torre más alta de la Iglesia de Santo Domingo. Con que a partir del momento en el que el Rey se encargó de las cosas, en vez de lanzar al personal humano, se comenzaron a arrojar, desde los campanarios de las torres, cabras, burros, patos, perros, gatos, gallinas, conejos, vacas y cerdos para mayor regocijo de los paisanos.

Las ranas protestonas no daban abasto… Era un sin vivir constante. Denuncias, quejas y manifestaciones tenían a estas ranas sometidas a un trajín y a un stress constante. Pero el Rey hacía honor a su apellido… Y, como os digo, a pesar de estas virtudes, el desconocimiento del Rey sobre el cuerpo femenino era de traca gorda y allí estaban los Reyes encamados, en pelotillas, esperando no se sabe qué... Tiempo hubo para que un escultor hiciera en mármol sus estatuas yacentes sobre un sarcófago de mármol también.


Hasta que una de las ranas protestonas se acordó de otra rana que había venido de Massachusetts y pregonaba en inglés, naturalmente, que tenía una serie de remedios americanos, marca ACME, para el asunto. Eso sí, atendía siempre con cita previa. Así que en palacio reunieron un selecto grupo de sopleteros que fueron a buscarla a su tienda de naturoterapia, esoterismos, tocomochos, estampitas, nazarenos y otras estafas curativas.


Suerte que uno de los expedicionarios se llevó una gorra de las gordas, tipo parpusa, porque, la joía rana de Massachusetts, se negaba a atender a nadie si no había una cita previa de por medio. La rana de los cojones tenía la agenda llenita de jodiuras, eventos y presentaciones, como cualquier ejecutivo actual que se precie, y se la sudaba que fuera una consulta real. La rana se llamaba Megan y de noche se parecía mucho a Sandra Bullock. De día, sin embargo, se parecía más a Nicolas Cage. Desdeluegamente… Por mucho que intentara esconderse tras los botes de conservas de ruibarbos, a la muy imbécil la pillaron pronto los sopleteros y, junto con dos tartas de arándanos que había en la cocina, la llevaron a gorrazos por los rastrojos hasta el castillo de Enmanuelle II de Melapel-la. Veinticinco kilómetros a cien gorrazos de parpusa por kilómetro… Echa cuentas…

Una vez en el castillo, Megan pasó a la alcoba de los encamados reales y, sin mediar palabra, se metió bajo las sábanas de hilo de Holanda de los Reyes como si de una mascota canina, de las de ahora, pulgas incluidas, se tratase. No se sabe que cochinadas anduvieron haciendo bajo las sábanas del tálamo soberano y por estrenar, pero, a los cinco minutos, salió Megan, la rana de Massachusetts, y exclamó…. ¡Ya está!... Son cien dólares por la visita y cien más por los chichones que me habéis dejado en la cabeza y en las ancas. Ya no digo más… A partir de ahora hablen con mi abogado el Sr. Perry Mason.


Mira, mira… La tal Megan de Massachusetts se llevó otra sarta de hostias y gorrazos con la parpusa, que tuvo que marcharse al bosque sin un duro y cagándose en la Monarquía pero en inglés americano. Cagarse en la Monarquía en inglés británico era una cosa bastante más seria y había peligro de galeras y cadenas gordas. En español, sin embargo, si te cagabas con diarrea en el Rey no pasaba nada… Sobre Megan de Massachusetts pesa una orden de alejamiento por la que no se puede acercar a palacio a menos de trescientas yardas.


Pues bien… A los nueve meses se produjo el alumbramiento natural, en la bañera de la toilette de palacio, sin epidural ni hostias, dejando todo perdidito de sangre, de una niña esmirriada de un kilo y medio bien despachao, patas largas, brazos rematados por manitas y pies extraños con unas pequeñas membranas entre los deditos y fea como un pecado. Más fea que… Este asquito de criatura sería la nueva Princesa italiana.

-¡Qué rica y que mona es!…

-Tiene unos ojos saltones como de un sapo… ¿No os parece?...


Comentaban las lenguas viperinas de las viejas que iban por palacio con velo negro horquillado en el roete y arrastraban los pies llenos de juanetes.


Las primeras palabras que dijo la piccola principessa fueron; Croack, croack….


Pero aquí lo importante era que en el Reino había descendencia y que eso era motivo de felicidad y fiesta. Así que se montó un fiestón que duraría un mes. Habría de todo; teatro, corridas de toros con picadores, novilladas, rejoneo, suelta de vaquillas por las calles, conciertos de gentes que desafinaban y daban la tabarra gorda, merendolas, banquetes, juegos florales, pasacalles, fuegos artificiales, cucañas, decapitación de pavos y lanzamiento de cabras desde los campanarios.


Todo el mundo vulgar podía disfrutar de los festejos y conciertos que daban los mataos que cantaban chillando y haciendo gimnasia como locos, rodeados de gatos despellejados en bikini, que chillaban también y desafinaban que daba gusto. En Palacio se organizaría un banquete, después del bautizo de la tirillas, donde se presentaría en sociedad a la nueva principessa y al que asistiría lo más granado de la clase alta. El evento, y catering del mismo, se encargó al Sr. Lobo Ibérico, nieto del turronero de Xixona, y a su marido Draculito. Cocina de autor… ¿Qué podía fallar?...


Para el evento se dispuso uno de los salones más bellos de palacio que se decoró con petunias, camelias, dalias, azaleas, rosas, gladiolos y rododendros, candiles de aceite, antorchas y velas y se dispusieron muchas mesas y sillas ricamente engalanadas con telas exquisitas. En la organización de las mesas se tuvo en cuenta que en sitio preferente, al lado mismo de la mesa presidencial, estuvieran situadas las trece hadas más importantes, poderosas e influencers del Reino. Era obligado que la cubertería y la vajilla que se dispusiera en la mesa de las Hadas fuera de oro macizo porque con ello se halagaría a las Hadas y cada una de ellas bendeciría a la princesa neonata con una virtud poderosa y unos poderes como de la Marvel.


Voluntad, paciencia, sabiduría, inteligencia, caridad, humildad, honestidad, templanza y así, hasta un total de trece, serían los regalos de las Hadas para la princesita a la que, en el bautizo, la habían puesto el nombre de Bella. Pero el Lobo, que estaría pensando en las musarañas, sólo puso doce servicios de oro y doce sillas en la mesa de las Hadas cometiendo el error más gordo del mundo al dejar a una de ellas fuera del banquete real.

Esta Hada, que padecía de un grave trastorno bipolar que se manifestaba de forma terrible si era agraviada por cualquier circunstancia, podía, fácilmente, transformarse en una bruja con muy mala leche. Así que se fue derechita y desairada a ver al Rey y a presentarle sus quejas por no haber sido invitada al evento. El Rey, como siempre, hizo honor a su apellido y dejó tirada a la Hada del trastorno bipolar grave y crónico. Esto colmó el vaso de la paciencia de la Hada y, en un santiamén, se convirtió en una bruja de manual, de cagarse las patas.

-¿La terrible bruja Maléfica? ¡Chacho!...


-Sí, sí… La que, junto con el coco y el hombre del saco, se comía a los niños de cuatro en cuatro.


-¡Jolines!...


De repente, un terrible y frío viento recorrió el salón del banquete, durante el servicio de cochinillo asado con papas, que era cuando más concurrido estaba, y acabó apagando velas, cirios y antorchas. Todo quedó sumido en la oscuridad, como cuando no pagas los recibos de la luz. Después de un estruendo horroroso y tras una nube de humo negro, apareció Maléfica montada en su escobón de retamas secas. Miró desafiante a todos los presentes, se plantó con arte a los pies de la cunita de la piccola principessa Bella de Melapel-la y. después de una tremenda Chicuelina, de las de salir a saludar al tercio, remató con la media dando por acabado su minuto de gloria y aparición estelar. Agradecida y emocionada descargó, sin inmutarse, una terrible maldición sobre la Infanta que dormía, plácidamente, chupándose un dedo de su raro pié izquierdo.


La maldición consistía en que la princesita Bella, cuando alcanzara la edad de quince años, se pincharía con el huso de una rueca, moriría ipso facto, y todo el reino, moradores, animales y plantas, quedaría dormidos en una impresionante flashmode sin música ni baile, como estatuas de sal tipo Lot, de por siempre.

Después, Maléfica, alzó el vuelo en su escobón del tren de los escobazos, arropada por la música de “Una lágrima cayó en la arena” de Peret y desapareció….

Las otras hadas que estaban en schock se arrebujaron en torno a la cunita de Bella y como su poder era de peor calidad, de marca blanca, que el de maléfica lo único que lograron fue cambiar el asunto de la muerte de Bella por el de que se quedara dormida para siempre, como el resto del Reino, o hasta que un bello príncipe despistado la besara en los labios y así despertara Bella, y, con ella, a todo el Reino, de una larga siesta de las de Agosto que es cuando más pican los pollos.

No se podía perder tiempo… El Rey ordenó quemar todas las hilaturas, tejedurías y ruecas que se encontraran en el Reino, dejando a un montón de gente en el paro, a fin y efecto de que la joía tonta de la princesita, que ya iba creciendo y se estaba convirtiendo en una Jaimita importante, no se pinchara con un huso, que manda huevos, y, de esta manera, romper el maleficio de Maléfica, valga la redundancia.


Pero, con la tontería, llegó el cumpleaños de Bella… Sí, sí… Bella cumplía quince años y, como era rubia y estaba hecha una Jaimita con las hormonas salteadas con habitas baby, la noche de la fiesta de su aniversario se fue a hacer running por el bosque, en camisón, sin darse cuenta de los peligros inertes. Al rato de correr por el interior del bosque la paró un anciano jubilado y por tanto aburrido, que debía de ser republicano de la cáscara amarga, que llevaba a cuestas una rueca de lujo, lo más normal, y la pinchó en todo lo alto sin despeinarse. Bella cayó, sin puntilla, profundamente dormida sobre una camita, de noventa centímetros, que apareció allí por casualidad.

Mucho tiempo después se descubrió que, el tal anciano republicano de la cáscara amarga, era Maléfica perfectamente disfrazada y homologada en Cornejo que, de esta forma, cumplía con su maldición.

Al minuto y medio de caer frita la Bella, trolls, hadas, gnomos y gnomas, ninfas y ninfos, mochuelos y mochuelas y demás siervos y siervas, que estaban a ver que sacaban de provecho, como siempre, cogieron un cabreo importante con el Rey y amenazaron con formar una guerra civil o mundial si hacía falta.

Pero de nada sirvió porque todo el Reino quedó dormido y, bosque incluido, rodeado de unas zarzamoras como las de Lola Flores, y unos rosales como los de Inés, que hacían imposible que nadie pudiera acercarse a la piltra de Bella de la Rosa Silvestre, que así es como la nombró un sopletero, cursi de cojones, de una cadena de noticias, antes de caer dormido, poco después de dar un minuto de noticias y tirarse un cuarto de hora anunciando un colchón, tan de puta madre, que se podía dormir encima sin tener pesadillas. Se llegó a pensar que se quedó dormido por culpa de un empacho de anuncios comerciales… En cinco años de sopletero, había dado una noticia y seis mil quinientos veinticuatro anuncios de colchones, relojes de cuco, relojes sin cuco, laxantes y cremas vaginales.


Y para acabar… Por allí paseaba, circunstancialmente, un joven guapo y apuesto, de anuncio de colonia, montado en un precioso caballo, de anuncio de Fino de Jerez, tocado con un precioso terno, de anuncio de Pierre Cardin, que, en busca de una avecilla herida, encontró, no se sabe cómo, un caminito verde que le llevó directamente a la camita de Bella de la Rosa Silvestre y, sin preguntar de que iba la cosa y, lo que es peor, sin pedir permiso, le pegó un morreo a la Bella que allí se encendió el Misterio y se despertó todo el mundo. Se le acababan de caer los palos del sombrajo al muy cretino deficiente, con flequillo de pollina rubio pero guapito de anuncio de colonia, porque se tenía que casar, si o si, con la Pricipessa Bella de La Rosa Silvestre de Melapel-la.


La Bella ex addormentata de la foresta, era la portadora de todas las virtudes heredadas de su padre y también de las virtudes de las que fue obsequiada por las doce Hadas. Así, con el pasar del tiempo, llegaría a ser la Reinas más longeva y querida por todo el bosque mágico. No hicieron falta efectos especiales pero si que hubieron, a partir de entonces, muchos efectos secundarios…


La alegría volvió al Reino y todo el mundo, haciendo gala de su natural cinismo, estaba contento. La facción más díscola de las ranas reversibles quiso enturbiar el asunto pidiendo en el Supremo, que es una cosa como de cachondeo, las pruebas de paternidad y ADN de Enmanuelle de Melapel-la, pero el Rey como siempre hizo honor a su nombre…


Los demás moradores del bosque mágico obligaron a las ranas a callarse, de malas maneras, en beneficio de la libertad de expresión y de la democracia. El guapito de anuncio, que se llamaba Florencio y era de Florencia, por chafardero, no tuvo más cojones que casarse con la Bella de Melapel-la y comieron perdiz y todo lo que hacía cuchichí, cuchichí… Tuvieron una niña, morenita, que se perdió en el bosque y fue encontrada por siete seres pequeños… Pero eso es otro cuento…


Y colorín colorado…


FIN


MORALEJA


Ten cuidado con quien invitas a comer a tu casa. ¡Cuidado!... Si se presentan con una rueca como obsequio échalos, inmediatamente, a la puta calle. Tampoco te fíes de las ranas protestonas, que se presentan en tu casa con ramitos de flowers y vinito del bueno, porque su medio natural no es el agua, su medio natural es la salsa de tomate con un poco de guindilla. Y, sobre todo, no vayas predicando, pregonando y alardeando de virtudes porque te vas a quedar dormido y a ver quién te besa con lo feo que eres. Lo del excursionista que fue picado en el pene por una cobra…. Amén.


Autor. Juan Ignacio Murillo "Higinio"



CUENTO 1


CAPIROTITO ENCARNADO


CAPIROTITO ENCARNADO


Cuento infantil con tres o cuatro personajes.


Erase una vez un bosque… Si, si… Un bosque de coníferas y pinsapos, anónimo, espeso y enigmático.


Con todo y con eso, lo realmente enigmático del tal bosque es que nadie sabe, ni nadie supo nunca, en que paraje pre jurásico se encuentra realmente. Sus coordenadas son desconocidas por todas las chicas que hablan por el GPS del auto con la intención de guiarnos hasta un destino cualquiera y, como se trata de un cuento, o sea, una realidad virtual y onírica, que cada uno lo ubique en donde le salga de sus mezquindades.

Yo, que algo se de cuentos, lo voy a situar al final del camino verde que va a la Ermita de Nuestra Señora de los Eventos y las Presentaciones. La advocación de Santa María de los Eventos y las Presentaciones se remonta a los años 90 del siglo XX y es debida a que, la Ermita, en lugar de tener retablo de Altar Mayor, tiene un paredón de fotocol donde se fotografían las celebritys y los famosillos, colocados de todo hasta el culo, enseñando sus carnecillas entre modelitos y Profiden, antes de las bodas y los bautizos a los que, previo cobro de pingues dineritos de las revistas y las cadenas de poner anuncios, asisten encantados. No es de extrañar que por las comarcas aledañas al bosque y a la Ermita abunden los nombres de Eventita y Presentación o Presen.


Pues bueno… Entre los moradores del tal bosque; conejos, lagartijas, ardillas, jabalíes, ratas y demás bichos aspirantes a mascotas domésticas, corría la especie, que luego se confirmaría cierta, de que Caperucita Roja se habría comprado una moto Norton Comando 961 cc., carísima. Más británica que Isabel II, la vieja.

El precio de la moto podría rondar los 50.000 € sin IVA y , naturalmente, Caperucita, todavía hembra y roja, se la había financiado con los fondos B del partido político al que pertenecía y en donde era considerada como una ejemplar militante, abnegada, solidaría, sostenible y ecológica. Era, en definitiva, fuente de inspiración para los demás militantes aspirantes a la excelencia… Como Caperucita, todavía hembra y roja, insisto, tenía un cargo cercano a la tesorería de su partido acabamos pagando la super moto todos los ciudadanos y un buen puñado de ciudadanos europeos. Lo de siempre… Todo el mundo es bueno hasta que prueba los langostinos gordos de Sanlúcar con mayonesa MUSA.


Al final, por mucho que fue disimulando, y desmintiendo, de tertulia en tertulia, lo que pasó es que la pillaron los chicos de la prensa y la amenazaron con publicar todos sus tejemanejes si no pasaba por caja. Disgustados los sopleteros porque Caperucita no soltaba un duro, a pesar de la extorsión a la que la sometieron, los medios entraron en modo venganza, se chivaron y el cisco acabó donde los tribunales. Al poco de salir la noticia a la luz pública se lió la del Rosario de la Aurora de Triana y medio partido acabó en el trullo y media oposición también. Lo normal… Sin embargo, Caperucita Roja, salió absuelta, faltaría más, y obtuvo por méritos y silencios propios un puesto en el Parlamento Europeo.

No estaba mal la cosa pero, al no tener acceso a los dineros de todos, no pudo costearse un cambio de sexo, bastante caro y discutible, que anhelaba a toda costa. Este asunto desencadenó una serie de alteraciones psíquicas, de las que solo le ocurren a los psicópatas de EEUU, que acabaron llevando a Caperucita Roja a donde te dije. Estaba, financieramente hablando, más tiesa que la mojama y no podía acceder ni a la sopa boba, ni al mamoneo familiar ya que su abuelita se oponía al cambio de sexo y le había cortado el grifo de acceso a los dineros, ni a financiación alguna. Caperucita, la pobre, estaba desesperada y el tal desespero la llevó a la solución final…


Entre la cantidad de rumores y especulaciones que se promulgaron por doquier, había uno en concreto que iba cogiendo cuerpo entre los moradores del bosque; Caperucita Roja se habría comprado la Norton Comando 961 cc. con la única intención de estrellarse a toda leche contra el muro gordo que cercaba el negocio sostenible y de proximidad de un emprendedor leñador. Si, si… Hasta allí había llegado su desesperación ya que Caperucita Roja, según sus propias palabras era en realidad un estibador de muelle del puerto de Liverpool atrapado en el cuerpo de una Caperucita Roja y rubia con tirabuzones.

Ella no podía continuar viviendo con ese stress y esa angustia de fin de semana en un spa… Nadie era capaz de consolarla ni de cubrir sus expectativas por lo que la cosa no fluía. Caperucita Roja se quería estampar contra el muro gordo con su Norton porque no encontraba la manera de convencer a su Abuelita, que curiosamente tenía un chalet en el bosque, para que aflojara la tela. Ella quería ser Capirotito Encarnado a toda costa.


La Abuelita se oponía al cambio de sexo de su nieta y no firmaba ninguna autorización que llevara a la financiación de la transformación sexual del estibador portuario de Liverpool. Hay quien asegura que la Abuelita obraba por despecho porque, en su día, no había logrado mangar lo suficiente para hacerse un aumento de tetas tipo Sophia Loren. La Abuelita, a raíz de los disgustos que le produjo la Seguridad Social, que tampoco quiso financiarle una dentadura completa por considerar la tal cosa como un capricho, decidió dedicarse a la plantación de cannabis, ecológico y sostenible a la par que ilegal, que llegó a ser el orgullo de todos los moradores del bosque. Todas las tardes se reunían en el porche del chalet de la Abuelita y se metían unos canutazos que se encendía el Misterio. Con todo y con eso la Abuelita, la muy hijaputa, aunque estaba levantando una pasta gansa, seguía sin acceder a los deseos de Caperucita. ¡Ni tetas ni sexo! ¡Coile, ya!... El sueño de Caperucita de convertirse en un macizo Capirotito Encarnado estaba acabado.


Si, si… Para Caperucita Roja, la Abuelita narcotraficante, no era de fiar, no era buena gente y tampoco una buena influencer. Pero volvamos a la temática del cuento...


A la sazón, por allí merodeaba un lobo, enamorado hasta las trancas de Caperucita, que había encontrado en las entrañas del bosque su zona de confort. Por aquellos parajes se dedicaba al senderismo, al running , a la aventura y a los deportes de riesgo. Pues bien… A los oídos de este lobo ibérico común, habían llegado los últimos rumores sobre Caperucita y, después de mucho interrogar a un montón de animalitos y mascotas, antes de comérselos, faltaría más, llegó a la conclusión de que los rumores sobre Caperucita y la Norton eran ciertos y de que no se trataba de una leyenda rusticana.


Este lobo ibérico, a la par que común, padecía de licantropía crónica inversa y tanto se podía convertir en un estibador de muelle del puerto de Liverpool como volverse en lobo tiñoso, con super poderes de la Marvel, en un periquete. Era nieto de un afamado maestro turronero de Xixona y no era un tipo de fiar. Se rumoreaba que era pobre porque se había gastado la mitad de la fortuna de la herencia del abuelo turronero en papel de fumar para cogerse la minga en cuestiones de opinión, crítica y censura, ya que se avecinaban tiempos cursis de cojones, con perdón. La otra mitad se la quedó la Hacienda autonómica para sus farras y cursillos para parados que necesitaban, a toda costa, saber cómo se cortaba el jamón en lonchas finitas o como se bailaba claqué.


Pues, como iba diciendo, éste lobo ibérico, que también se sentía emprendedor y aspiraba a la excelencia y marcar la diferencia, aconsejado por otro lobo francés, que era su personal manager, decidió desplegar todos sus poderes de super héroe y salvar a Caperucita. Sería, a partir de ese momento, el Lobo.2.

Con la tontería el tiempo iba corriendo en su contra, no podía esperar a que saliera la luna llena, y tenía que salvar, a pelo, a Caperucita antes de que se diera el talegazo, más bien el hostión premium, contra el muro gordo de la leñera. También, si llegaba a tiempo, ayudaría a Caperucita en lo del cambio de sexo.

Así que priorizó sus objetivos, reflexionó, visualizó el problema y su posible solución, y llegó a la conclusión de que tenía que acabar con la vida de la Abuelita si o si….


Como, perdonar que insista, el tiempo corría en su contra y Caperucita Roja, ondeando su capa al viento, volaba surcando los baches, cabalgando su Norton Comando 961 cc. por el camino verde que, después de cruzar la Ermita, la llevaba directita e inexorablemente al muro gordo de la leñera, el Lobo.2 decidió ir urgentemente a la casa de la Abuelita.


Sin más dilación y omitiendo los comentarios, se plantó en la puerta de la narco casa de la Abuelita y la espetó…


-¿Qué passssaa, tronca?...


La abuela, espantada por la presencia del lobo, y en defensa de sus alijos, blandió una recortada Bianchi del 20 y exclamó… ¡Salga con los brazos en alto y ponga las manos donde las pueda ver!... Después, sin dejar de apuntar al Lobo.2, le leyó sus derechos y, al contrario de lo que cuentan otras versiones del cuento, le interrogó sobre lo de los ojos grandes, las orejas grandes, la boca grande y la polla pequeña.


El interrogatorio se tornó agrio y, al rato, a lo peor por la tensión acumulada, se fue la luz, cosa que pasaba muy frecuentemente cada vez que el FBI hurgaba en los consumos tan acojonantes de energía que tenía el narco chalet de la Abuelita. Durante el apagón se produjo un pifostio del 22 y un forcejeo feroz que no cesó hasta que se oyeron los estampidos de dos tiros a quemarropa. El Lobo.2, aprovechando la oscuridad y la confusión, se habría hecho con la recortada Bianchi y habría matado a la Abuelita de dos tiros de escopeta del 20 en las tripas, que eso hay que verlo…

Luego, siguiendo sus instintos primarios, recorrió las habitaciones del narco chalet y se fue cargando, sin miramientos, al perro de la Abuelita, a los dos canarios, al periquito y a un loro gris que no tenía conversación, solo decía gilipolleces. También se cargó al conejo Tambor, a Campanilla, a Pepito Grillo y a Bambi… Era un asqueroso en serie… El espectáculo era de una crueldad infinita… Allí había tal reguero de sangre por todos los sitios, incluido el techo, que los del CSI se negaron a entrar porque les daba repelús.

Pero al Lobo.2 le perdían las maneras. Si, si… En vez de sonsacar a la moribunda Abuelita lo de los permisos bancarios, que era lo más importante, se dedicó a trasladar los cadáveres de La difunta, del perro, y de las aves a la cocina económica del narco chalet con la sana intención de cocinarse un chilindrón con la Abuelita y preparar una barbacoa con las mascotas. Estaba tan feliz y ensimismado con la comilona que no se percató de que el tiempo iba corriendo. Sí, sí… El mismo tiempo en el que Caperucita Roja impactaba, a doscientos treinta kilómetros por hora, en el muro gordo de la leñera. Caperucita Roja, la pobre, se dio tal talegazo, y tal hostión Premium, que abrió un enorme butrón en el muro que, aparte de artístico, mostraba a las claras la crueldad del impacto. La posibilidad de un Capirotito Encarnado se volatilizaba…


Para cuando llegó el Lobo.2 al lugar de los hechos, solamente se había recuperado un tirabuzón y media vagina de la suicida que representaban una mala analogía de la temática del cuento. El lobo.2 entró en schock…. Se perdió, como los sueños de Caperucita Roja, por las entrañas del bosque y nunca más se supo de él. Algunos creen haberlo visto, llorando como una Magdalena, en los conciertos de Víctor Manuel y Ana Belén…


MORALEJA


Si has quedado a comer con la familia a las 2 del mediodía, no me seas cabrón. No pierdas el tiempo con los amigotes parando por todos los bares del camino. No te pongas ciego de cervezas y tapas porque llegarás harto a la casa, dirás que no tienes hambre y tu madre, posiblemente, te cambiará de sexo a sartenazos con la sartén gorda de hacer tortilla de patatas con cebolla para veinte comensales.

Los sueños se te tornaran turbios e imposibles.


FIN


Autor Juan Ignacio Murillo "Higinio"


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